El excepcionalismo chileno: el peligro detrás del mito del modelo republicano

Publicado en 1 mayo, 2024

Un tópico recurrente en los discursos políticos nacionales suele ser la comparación entre Chile y el resto de América Latina. Un contraste que tiende a ser halagüeño a nuestro país, el cual se auto-percibe como un caso destacado en la región al estar protegido de los problemas de inestabilidad, inseguridad y mal gobierno que tanto caracterizan a Latinoamérica. En los últimos meses se ha visto frecuentemente a autoridades de gobierno apelar a esta noción de excepcionalidad. Por ejemplo, frente a la crisis de inseguridad que está viviendo el gobierno de Daniel Noboa, el Presidente Boric señaló a inicios de este año que “Chile no es Ecuador”, argumentando que nuestro país “tiene instituciones fuertes y sólidas”[1]. La Ministra Tohá complementó tal comparación señalando que la diferencia entre ambos casos es que “hemos logrado movilizar las capacidades de nuestras instituciones, […] y que [las] estamos fortaleciendo”.[2] Más recientemente, la Ministra del Interior continuó con esta tendencia al recordarle a Nicolás Maduro que existen tratados internacionales vigentes y que “Chile tiene todo el derecho a exigir su cumplimiento” en casos de extradición, enfatizando que “Lo que el Gobierno va hacer es demandar que Venezuela cumpla sus responsabilidades.”, advirtiendo que no lo hará “cándidamente.”[3] De modo similar, se le indicó a su par argentina – Patricia Bullrich – que “no es a través de puntos de prensa que se discuten temas de inteligencia”, recordándole “con el mayor respeto” que la forma correcta de compartir información de seguridad es por medio de instancias internacionales o policiales, y no públicamente.[4] Se traslucen en todas estas palabras la idea de que Chile es un país serio, ordenado y competente, que sabe actuar acorde a los más altos estándares frente a un vecindario que carece de tales niveles de estabilidad política, seguridad y experticia.

En contrapartida, también es habitual recurrir a esta imagen de excepcionalidad cuando se quiere enfatizar que estamos en crisis. El académico Sebastián Edwards tiende a hacer uso de este recurso.  Ultimamente, apeló a ello en su defensa del presidente al indicar que “Boric no es Allende”. Argumenta el economista que, contrario a los años de vertiginoso crecimiento económico de fines del siglo XX e inicios del XXI, Chile es ahora un país mediocre que avanza de manera “pálida, pero serena”. Sin embargo, destaca que esto se debe “gracias a que durante esos vilipendiados ´treinta años´se consolidaron y construyeron instituciones sólidas que permiten sobrevivir sin zozobrar, aún cuando el gobierno de turno sea refundacional y ´malito´.”[5] Finalmente, Edwards advierte que Chile se “chingó” y se está convirtiendo en otro país del “montón en el concierto latinoamericano”.[6] Nuevamente, la solidez institucional impide caer en el populismo del vecindario.

Frente a tan recurrentes alusiones, cabe preguntarse el origen de esta noción de excepcionalidad chilena, cuáles son los fundamentos de esta idea tan difundida, y por qué resulta ser una imagen tan arraigada en la política nacional.

Al respecto, desde los orígenes de la república la idea de excepcionalidad está íntimamente ligada a la noción de identidad chilena, constituyendo América Latina la alteridad en oposición a la cual se construye la propia imagen país. Desde el siglo XIX, esta identidad se erige entorno a dos pilares fundamentales: la idea de que Chile resulta ser un modelo republicano para la región, y la noción de una homogeneidad social y cultural en el país, contribuyendo ambas a la tan celebrada estabilidad chilena. En esta columna nos enfocaremos en el mencionado aspecto político, para en una siguiente columna referirse al aspecto sociocultural.

La idea de que el país constituye una excepción de paz y estabilidad en el continente comienza a cimentarse con Andrés Bello. En fechas tan tempranas como 1836, el intelectual venezolano celebra el ingenio y pragmatismo político nacional que encontró “remedios, por así decirlo, caseros a males generalmente sentidos [en Hispanoamérica]”, refiriéndose particularmente al maximalismo ideológico y caudillismo político de otros líderes contemporáneos.[7] La clave, según Bello, fue adaptar los principios del liberalismo “a las costumbres y caracteres nacionales”[8], lo que se tradujo en una constitución que favoreció una ampliación de libertades civiles sin menoscabar los poderes y autoridad presidencial. Esta elogiosa comparación fue reconocida también por extranjeros como los pensadores argentinos Juan Bautista Alberdi y Félix Frías, quienes encontraron en Chile “un bello punto de partida” y “el modelo más digno y honroso de las democracias constituidas en Sudamérica” para la creación de sus propios regímenes políticos, uno donde se reconocía que eran la autoridad y pragmatismo del presidente los “guardianes del orden y de la paz” de donde se sostenían el resto de las libertades civiles.[9] A ojos de todos estos intelectuales, la paz era el bien esencial para construir cualquier progreso económico, material o moral posterior.

Esta interpretación fue complementada a inicios del siglo XX por figuras como Alberto Edwards. Él comienza su análisis diciendo que “hemos constituido una excepción interesante entre las naciones hispanoamericanas”,[10] debido al orden y estabilidad alcanzada. La “República en forma” creada en el país se debió más que nada a la autoridad del Presidente de la República quien logró el “sometimiendo moral de la masa” al tiempo que su ascendiente mantuvo a raya la fragmentación política producto del espíritu de fronda de la elite.[11] Si “fuimos los ingleses de América”,[12] fue debido a que la figura presidencial con su autoridad contuvo la violencia social y la polarización política.  

A pesar de la larga data y pervivencia de esta interpretación, es necesario revisarla y replantear tal narrativa en vista de los acontecimientos recientes. Institucionalmente, la supuesta excepcionalidad muestra sus fisuras. Existe un endeble consenso constitucional como se evidencia tras los debates por una nueva carta magna, los cuales paradójicamente han culminado volviendo al punto de origen. La cuestionada constitución de 1980 – tan profundamente reformada en 2005 -, que un 78,2% de la población quería cambiar para el 2020, fue finalmente preferida en dos ocasiones; primero por un 61,8% en 2022, y al año siguiente por un 55,7% frente a las alternativas propuestas. La sensación de incapacidad de resolver problemas está haciendo que la confianza en la democracia esté decreciendo,[13] y los debates por reformar el sistema político actual producto de la fragmentación partidaria indican que la supuesta eficiencia del modelo republicano chileno ya no es tal.[14] El mismo gobierno pareció reconocerlo en la última ENADE, donde el presidente señala “luchemos contra el inmovilismo”,[15] llamando a realizar una pronta e impostergable reforma al sistema político. Finalmente, los trágicos hechos por el asesinato de cuatro carabineros durante el mes de abril están forzando al gobierno a tomar con urgencia medidas sobre seguridad con la promulgación de leyes como la de inteligencia y de las reglas del uso de la fuerza.[16]

Para concluir, el mito de la excepcionalidad chilena surge con fuerza en contextos de crisis, como el que se percibe actualmente en el país. Se busca con ello tranquilizar a las elites al tiempo que adormecer las tensiones sociales, ya que se apela a un sentimiento profundo y ampliamente extendido:[17] la suposición de que los problemas se resolverán porque, a final de cuentas, no podemos caer en el “desorden vecinal”. Sin embargo, esta ilusión es peligrosa. Tal como ocurrió con Allende en su famoso discurso ante la ONU en 1972, donde celebró las libertades civiles, la independencia de los tres poderes del estado y su  “actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años”;[18] o como Piñera señaló en 2019 que “Chile es un oasis ante una América convulsionada”[19], la creencia ciega en este mito complaciente impide percibir la amenaza con la seriedad que se requiere, a pesar de estar a pasos del despeñadero. El llamado es a no dejarse engañar por este mito, que el gobierno – encabezado por el Presidente – busque con pragmatismo y decisión aunar las fuerzas políticas para solucionar los múltiples problemas que está enfrentando el país, ya que la gravedad del momento así lo requiere.


[1] 15 de enero de 2024

[2] 10 de enero de 2024

[3] Refiriéndose al Tratado de Extradición de 1962. Declaración del 12 de abril 2024.

[4] 16 de abril 2024.

[5] La Tercera, 16 de marzo 2024.

[6] La Tercera, 13 de marzo 2024.

[7] “Las Repúblicas Hispanoamericanas: autonomía cultural”, El Araucano, 22 de julio 1836, en: José Santos Herceg and María José López Merino, eds., Escritos Republicanos. Selección de escritos políticos del siglo XIX, Serie Republicana (Santiago, Chile.: LOM, 2012), 66.

[8] Íbidem, 80.

[9] Juan B. Alberdi, “De la Democracia en Sud América”, El Comercio de Valparaíso, 04 de julio 1848 Carolina Barros, Alberdi, Periodista En Chile (Buenos Aires, Argentina: VERLAP, 1997), 296; Juan B. Alberdi, “Acción comparativa de la Rev. Francesa en Chile y en los Estados del Plata”, El Comercio de Valparaíso, 08 de julio 1848 Barros, 303; Félix Frías, “El triunfo del gobierno en Chile y la caída de la tiranía en la República Argentina”, 14 de marzo 1852, en: Tulio Halperin Donghi, Proyecto y Construcción de Una Nación (1846-1880), Biblioteca Del Pensamiento Argentino, II (Buenos Aires, Argentina: Emecé, 2007), 44.

[10] Alberto Edwards, La Fronda Aristocrática en Chile. (Santiago, Chile.: Imprenta Nacional, 1928), 4.

[11] Íbidem, 119.

[12] Íbidem, 304.

[13] Según Informe Latinobarómetro 2023, un 58% prefiere la democracia ante cualquier otra forma de gobierno y apenas un 28% está satisfecho con su funcionamiento.

[14] Actualmente existen 21 partidos políticos representados en la Cámara de Diputados, más independientes.

[15] 25 de abril

[16] Karol Cariola, 28 de abril 2023.

[17] Según encuesta CADEM de septiembre 2023, un 81% de las personas considera que Chile es el mejor país de América Latina para vivir.

[18] Discurso de Salvador Allende en la Asamblea General de las Naciones Unidas, 04 de diciembre 1972.

[19] El Mercurio, 08 de octubre 2019.

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