Lo visible e invisible de la subcultura juvenil en Chile en las décadas de 1980 y 1990

Publicado en 2 febrero, 2022

Nos hemos acostumbrado a analizar nuestra historia bajo una mirada adultocéntrica, donde el acaecer se ha moldeado desde y hacia los adultos, excluyendo a un grupo de vital importancia: la juventud, la cual es vista como una etapa a superar[1]. Al respecto, cabe preguntarnos quién conforma este grupo. La respuesta resulta compleja, puesto que es un periodo de la vida humana que no sólo se define por el elemento etario, sino que también responde a factores de carácter sociológico. En ese sentido, resulta importante entender que los jóvenes no escogen ser jóvenes, sino que elaboran su identidad en base a una vinculación con lo social y político[2].

El estudio de la juventud adquiere especial importancia en el escenario cultural del periodo de fines de la dictadura y transición a la democracia en Chile, pues fue el contexto de las décadas de 1980 y 1990 cuando se transformó el concepto de juventud que emanaba desde el mundo adulto. Durante la transición a la democracia observamos un escenario cultural y social nuevo donde las ideas y actitudes de la juventud harán repensar la manera en que los adultos, así como los mismos jóvenes, se referirán a este grupo. Interesa, por consiguiente, comprender los vínculos entre la juventud y la cultura oficial -de los adultos-, y en particular la manera en que los/as jóvenes de los años 80 y 90 son incorporados (o reincorporados) en el espacio cultural y cómo se ha teorizado acerca de su participación y conceptualización como sujetos históricamente activos.

Es posible reconocer que en los años 80, existe una visión peyorativa por parte de los adultos hacia la juventud chilena, ya que se le caracteriza como una juventud floja y despreocupada por el contexto nacional. Además, los discursos adultocéntricos insistirían en poner el período de la juventud como un elemento de conflicto, ya que, con frecuencia, las ideas y actos de la juventud se contrapusieron -e incluso, a veces, pusieron en crisis- a los ya establecidos -o sea, a los pertenecientes al mundo de los adultos-[3].

Asimismo, la juventud fue entendida por los adultos como un grupo homogéneo, sometido a una serie de estereotipos, generalizaciones, clasificaciones y un conjunto de elementos que se desarrollaban desde una visión externa y sesgada. Por el contrario, la juventud se encontraba sujeta a múltiples distinciones -de género, socioeconómicas, demográficas, etc.-, que resultaban invisibles a los ojos de los adultos.

Durante los años 90, en contraste con la década previa, y como consecuencia de la emergente libertad de expresión en los espacios públicos, así como de la democratización y complejización  de los jóvenes, se manifestó un punto de inflexión: la construcción y difusión de una autodefinición de lo que es ser joven y sus diversas expresiones en el mundo público. Lo interesante de este fenómeno radica en una fractura con la visión que los adultos tenían de los jóvenes, en el instante en que estos se agrupan masivamente y autoperciben como una realidad definida y concreta a partir de ideales, valores, características y actitudes propias. Tal como plantean los estudios en torno a la juventud, “(…) las fisuras se producen cuando los discursos adultos intentan cargar de una cierta moralidad los actos y las actitudes de los jóvenes”.[4]

El termino de la dictadura significó un reconocimiento de la ‘deuda social’ con los jóvenes. El discurso oficial – enarbolado por los adultos- hacía énfasis en la preocupación por la falta de participación de los jóvenes en asuntos que, comúnmente, atañe a la cultura de los adultos, como las formas de actuar en la política formal. Se hablaba de la generación perdida, y se decía que los jóvenes no estaban “ni ahí” con la cultura y la política, al mismo tiempo que se les excluía de estos espacios y conversaciones donde podían hacer valer su opinión [5]. A pesar de la exclusión de los jóvenes de ciertos espacios de la política formal, como los procesos electorales, y de espacios informales, como debates y conversacioness, lejos de tener desinterés, éstos no sólo mostraron gran curiosidad, sino que también crearon nuevos espacios y formas de sociabilidad cultural, tales como “(…) «el carrete» (…) los eventos masivos, los recitales, hasta algunas procesiones religiosas, o pseudoreligiosas”[6], así como también movimientos y formas de difusión sociopolítica.

Lo interesante de aquello era esa necesidad creciente por ir ganando terreno en los espacios públicos; tener un lugar donde poder alzar la voz, que significaba una verdadera  “(…) provocación a lo establecido y una llamada permanente a la acción”[7]. Esto haría que, indudablemente, los adultos iniciaran un proceso de repensar el concepto de juventud y su rol cultural.

Por consiguiente, podemos establecer que la definición de lo que implica ser joven entre las décadas de 1980 y 2000 no nace desde la neutralidad. Por el contrario, pareciese ser en respuesta a la dominancia e imposición moral con la cual el mundo de los adultos había abordado la terminología e historia de la juventud chilena. De igual manera, el concepto de juventud se ve alterado, y se comienza a hablar de juventudes -de forma plural- aludiendo a su diversidad cultural. Todo esto da paso a los primeros atisbos de lo que actualmente es un proceso de visibilización de la heterogeneidad cultural y el protagonismo de los y las jóvenes en el devenir de nuestro país, abriéndose al sincretismo entre el discurso oficial -proveniente del mundo de los adultos- y la cultura subalterna -propia de la juventud-.


[1] Bonnefoy, Mónica, González, Oscar y  Favreau, Antonio, “Juventud de los 90: una reflexión en torno a la juventud urbano popular”, Última Década, n. 17, 2002, p.142.

[2] Zarate, Jose Francisco. La Identidad como Construcción Social desde la Propuesta de Charles Taylor, Barranquilla, EIDOS,  n. 23, 2015, p. 117-134, p.118.

[3] Bonnefoy, González y  Favreau, “Juventud de los 90: una reflexión en torno a la juventud urbano popular”, p.142.

[4] Zarate, La Identidad como Construcción Social, p. 117-134, p.118.

[5] Contreras, Daniel, “Jóvenes de los noventa: de las microsolidaridades a la construcción de ciudadanía”, Última Década, n. 11, 1999, p.2.

[6] Contreras, “Jóvenes de los noventa”, p.5.

[7] Aguilar, Francisco, Cultura ocurrencial, movida pop y vanguardia en tiempo de cambio. Años 80. Analogía entre Chile y España. Universidad de Almeria, Almeria, 2018, p. 35. Disponible en: https://www.rhistoria.usach.cl/sites/revistahistoria/files/3641-texto_del_articulo-26003565-1-10-20190118.pdf

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