De todos los objetos que utilizamos de manera cotidiana, acaso ninguno más complejo que esos pequeños rectángulos de plástico llamados cédulas de identidad. Estos se han vuelto tan necesarios en nuestras actividades diarias, que ignoramos el enorme poder que tienen para establecer (o negar) nuestra naturaleza como ciudadanos. Son artefactos comunes en nuestras labores diarias y, pese a utilizarlos en un sinfín de ocasiones –entrar en un edificio, votar en alguna elección, hacer alguna transacción bancaria o comercial, etc.–, pasamos por alto que existan personas que carecen de los mismos o que han sido impedidas de obtener un documento que las identifique.
Fue la complejidad y fascinación por dichas cédulas lo que me llevó a investigarlas para la tesis doctoral en la Universidad de California, Davis[2]. El proyecto surgió en un seminario que tomé sobre migraciones con un sociólogo, el profesor Luis Guarnizo, quien nos asignó el estupendo libro de John Torpey sobre la invención del pasaporte[3]. El libro me dio buenas perspectivas sobre cómo estos documentos habían generado una serie de dinámicas transnacionales en los dos últimos siglos. Torpey se refería de manera específica a Estados Unidos, Francia y Rusia, donde los archivos y una abundante producción bibliográfica sobre el tema permitían continuar el debate sobre la génesis de los documentos personales, especialmente en contextos revolucionarios. No ocurría lo mismo para América Latina, menos para los Andes peruanos, donde los archivos no siempre están organizados y el tema de la identificación aún no había capturado la atención de los investigadores[4].
De modo que, al comenzar mi proyecto doctoral, hubo tres retos importantes que (intentar) resolver. El principal reto era evitar la trampa del determinismo tecnológico, y concluir de manera anticipada que la tecnología de identificación había aparecido recién en el siglo XIX con el Estado-nación y la llegada de las huellas digitales y la fotografía. En América Latina ya existían complejos sistemas de identificación desde la Conquista –si no antes–, en las que el documento impreso no fue ni la única forma ni la más importante de asignar identidades a las personas. En los siglos previos a las Guerras de Independencia se había desarrollado una suerte de lenguaje visual y de reconocimiento directo, en el que cada rasgo físico o gesto asociado con la persona hacía de esta una combinación única, que no tenía nada que envidiar a los modernos mecanismos digitales[5].Las nuevas tecnologías no desplazarían necesariamente estas prácticas, sino que complementarían este temprano reconocimiento facial y de elementos visuales para así crear distintos patrones de identificación (aunque a veces con resultados no necesariamente satisfactorios).
Un post-doctorado en el Departamento de Science & Technology Studies (STS) en Cornell me permitió confrontar el segundo problema. Estudiar y trabajar con profesores como Ron Kline y Trevor Pinch, quienes habían promovido activamente el estudio social de la tecnología, me llevó a comprender que los usuarios no eran pasivos consumidores de tecnología. Todo lo contrario, quienes poseían documentos de identidad se habían apropiado de los mismos y los habían transformado en instrumentos de expansión de derechos civiles y políticos en el último siglo[6]. Por más obvio que pueda parecer esto, se trata de un giro radical, ya que me permitía insertar los documentos de identidad al centro de la narrativa y ver cómo estos transformaban –y eran transformados a su vez por– grupos, instituciones y prácticas en espacios y momentos específicos. Gracias a su flexibilidad, el enfoque STS me permitió a su vez incorporar diversos ángulos, que podían incluir desde el análisis de la cultura material hasta la antropología histórica.
El tercer desafío estaba relacionado con uno de los puntos más controvertidos de STS: su tendencia por reproducir la hegemonía del Atlántico Norte como generador de tecnologías y, por consiguiente, relegar al Sur Global a ser una mera región receptora de las mismas. Mi estudio de los documentos de identidad –junto con otras publicaciones recientes[7]– cuestionan esta dinámica. Países como Argentina, África del Sur y la India, entre otros, supieron sobreponerse al legado colonial y desarrollar métodos innovadores de identificación de personas. En un futuro cercano, estos mecanismos permitirán dejar de depender de las cédulas y reemplazarlas por apps en nuestros teléfonos móviles o por un número único personal que hará innecesario llevar con nosotros un documento. O, si el experimento biométrico realizado en Nigeria termina imponiéndose, tendremos nuestros pasaportes, tarjetas de crédito y cédulas en un mismo documento.
Estos avances, si bien representan un escenario optimista para el desarrollo tecnológico del Sur Global, al mismo tiempo imponen cierta cautela, puesto que en contextos como los Andes peruanos los mismos documentos de identidad legitimaron la exclusión de personas por su género (solo los hombres podían recibir libretas electorales), raza (solo aquellos considerados “blancos” eran merecedores de las mismas) y clase (estas no estuvieron al alcance de los más pobres). El resultado de la imposición de dichas tecnologías de identificación fue a veces devastador y resultó en un alto número de personas indocumentadas, muchas de ellas víctimas de la violencia política a manos de grupos terroristas y del Estado entre 1980 y 2000.
Observando mi propia trayectoria de investigación en retrospectiva, creo que el aprendizaje más valioso –y difícil– fue entender cómo una tecnología en particular puede albergar en sí la tensión entre prácticas locales y un marco global. Los cursos que dicté sobre biometría y vigilancia (surveillance) en Cornell y Yale, me permitieron afinar y corregir los planteamientos iniciales de la tesis, y me han servido en la redacción del manuscrito del libro, titulado tentativamente: Andean Big Brothers. Technology and the End of Anonimity in Modern Peru.
A fin de cuentas, el análisis STS que apliqué para estudiar los documentos de identidad ha sido una ventana para comprender la historia global contemporánea desde un ángulo distinto y rescatar actores y estrategias que otros enfoques suelen pasar por alto. Por lo pronto, mi próximo proyecto busca combinar estrategias locales frente a desafíos globales, y ver cómo estas dinámicas permiten comprender la relación entre el Atlántico Norte y el Sur Global a través de la apropiación de tecnologías para preservar y recrear de manera artificial el medio ambiente. Para ello tendré que regresar a los archivos locales buscando fuentes sobre Chile y Perú en el siglo XIX, mientras JSTOR y Google Books me permiten acceder a bibliografía sobre otras regiones en distintos idiomas.
[1] Este texto fue publicado inicialmente en el blog “Pensar la Historia” del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. El autor ha autorizado su publicación en el sitio web del Observatorio de Historia y Política.
[2] “Documenting Hierarchies: State Building, Identification, and Citizenship in Modern Peru.” Departamento de Historia, UC Davis, 2015.
[3] John Torpey. The Invention of the Passport. Surveillance, Citizenship, and the State (Cambridge: CUP, 1999).
[4] José Ragas. “Revisiting Identification and Surveillance in Latin America”. Paper inédito, 2017.
[5] Véase, entre otros, el artículo de Cristian Berco. “Perception and the Mulatto Body in Inquisitorial Spain: A Neurohistory,” Past & Present 231.1 (2016): 33-60.
[6] José Ragas. “Beyond Big Brother: Turning ID Cards into Weapons of Citizenship”, Perspectives on History (April 2016).
[7] Clapperton Chakanetsa Mavhunga, ed. What Do Science, Technology, and Innovation Mean for Africa? (Massachusetts: MIT Press, 2017); Eden Medina, Ivan da Costa Marques, and Christina Holmes, eds. Beyond Imported Magic: Essays on Science, Technology, and Society in Latin America (Massachusetts: MIT Press, 2014).