El gran triunfo del Frente Amplio y candidaturas independientes, en las cuatro elecciones del pasado domingo 16 de mayo, viene a reconfirmar un fenómeno que ya se observaba en las universidades hace 15 años atrás: 1) la pérdida de sentido de las “ideas” de derecha, asociadas al orden liberal, 2) la desconexión entre movimiento universitario y partidos políticos tradicionales (siendo esto último el golpe que más acusan los partidos de la ex Concertación) y 3) la emergencia exitosa de fuerzas políticas cuestionadoras de los valores y principios del orden liberal en el mundo y la política de la transición en Chile. El término “intelectual orgánico” lo acuñó Antonio Gramsci en su reflexión acerca de que el éxito o el fracaso de la Revolución pasa por una batalla cultural que finalmente define una “hegemonía”, es decir, una manera dominante de mirar y entender la sociedad y sus transformaciones. Transformar la sociedad por tanto es también una batalla que se juega en el campo de las ideas y por tanto en los creadores de cultura en el sentido más amplio del término. El aporte del trabajo académico e intelectual no sería menor, ni tampoco una mirada elitista de la política.
Como casi siempre, las explicaciones son múltiples, pero me centraré específicamente en el aporte de una parte de la academia universitaria chilena, que fue atentamente escuchada por las diferentes fuerzas de izquierda, haciendo que éstas diagnosticaran mejor algunas transformaciones sociales y culturales del siglo XXI, provocando que se transformaran a tiempo en una alternativa de poder coherente con la nueva sociedad. Las fuerzas políticas que hoy tienen éxito, se formaron precisamente en medio de debates intelectuales que iniciaron en las universidades durante la primera década del 2000.
A inicios de la década del 90 el mundo fue testigo de la caída del muro de Berlín, probablemente la expresión más cruda del fracaso de los socialismos reales como experiencia política en Europa. Pronto se disolvió la Unión Soviética y se habló de “el fin de la historia”1, el ocaso de las ideologías, o de los proyectos globales, como las llamaría Mario Góngora en Chile. Esta década se caracterizó por establecer un momento “unipolar”, es decir, un mundo con solo una gran hegemonía incuestionable -Estados Unidos- y el predominio de sus ideas en el sistema internacional: el orden liberal2. Estos procesos de alcance mundial tuvieron efectos particulares en el Chile de la transición.
En nuestro país la derecha y la centro-izquierda concertacionista pactaron una transición ordenada con un itinerario definido en buena medida por el propio Pinochet, y que permitió mantener aspectos del modelo político y económico, como por ejemplo la Constitución de 1980, y una economía liberal, acorde con el contexto global. A cambio, se consiguió transitar a un sistema democrático de forma pacífica con la posibilidad de hacer transformaciones graduales al sistema. Ambos sectores políticos, con importantes tensiones que sería injusto negar, se abocaron a gobernar dentro de la institucionalidad binominal existente, abandonado parcialmente la actividad intelectual.
La Concertación, sería obnubilada por su propia gestión. En la medida que disminuía la pobreza, con un crecimiento económico e integración del país en las organizaciones internacionales, se veía innecesario explorar fórmulas alternativas de hacer política. Desde afuera, se reafirmaba esta sensación de éxito. La centro-izquierda, en general, quedó demasiado ocupada en gobernar y en disfrutar de su éxito, pero desatendió el trabajo intelectual, pese a que tuvo exponentes importantes.
Mientras que la derecha, se fue acostumbrando a que con poco le alcanzaba para incidir en la política, en parte porque sentía que había ganado en el campo de las ideas (era el abrumador triunfo del mercado), en parte porque siempre tuvo una base de votantes disciplinados, y también porque el sistema político les garantizaba el equilibrio político (binominal, quórums calificados, Tribunal Constitucional, y anteriormente senadores designados).
En ninguno de los dos casos la ausencia de debate se produjo por carecer de intelectuales o centros de pensamiento de alto nivel, sino porque a las cúpulas de sus respectivos espacios de poder, les pareció poco relevante escucharlos en un escenario global ordenado, estable e incuestionable, al cual sólo había que adaptarse y dejar que funcionara con “piloto automático”.
Para la izquierda extraparlamentaria la historia fue al revés. Los años 90 representaron un colapso ideológico muy profundo, quedando sin herramientas válidas para comprender el presente ni mucho menos proyectar el futuro. Si para la derecha todos estaba ganado y sus ideas gozaban de una hegemonía global, para la izquierda todo estaba perdido. En Chile, para este sector fue traumático constatar que la única forma posible de terminar con la dictadura había sido el pacto y la negociación con el pinochetismo, y no los intentos frustrados por derrocar la dictadura por vía revolucionaria. En la práctica, la izquierda extraparlamentaria tuvo que conformarse con la irrelevancia política durante casi toda esa primera década en democracia.
Sin embargo, a mediados de la primera década del 2000, en las universidades comienzan a surgir un gran número de movimientos y organizaciones políticas desarticuladas, pero con grandes coincidencias en su análisis social y político. Esto fue resultado de una larga e intensa actividad intelectual en las universidades, que comprendió los cambios culturales de la nueva era, y que la izquierda extraparlamentaria tomó mucho más en serio.
En 1997 Tomás Moulian se atrevía a cuestionar el modelo chileno en su libro “Chile actual. Anatomía de un mito” y con esto darles un nuevo aire a los sectores que no se sentían identificados con la Concertación. Moulian plantea en su libro que el éxito económico y político del modelo chileno de la transición es en realidad una construcción que tiene por finalidad el “blanqueamiento” del terrorismo de Estado que le dio origen. La gran victoria de la dictadura habría sido imponer a la oposición un sistema político que permitía la proyección en democracia del modelo neoliberal, la despolitización de la sociedad civil y la promoción de un modelo de consumo funcional a los grandes empresarios3.
Ya sea por la comprensión del momento o porque no tenían muchas alternativas, la izquierda chilena se aferró a sus intelectuales. En el caso de Tomás Moulián, primero recogieron su diagnóstico crítico de la realidad nacional, y luego, le confiaron espacios políticos de influencia directa, transformándose en jefe de campaña de Gladys Marín en 1999. Esa experiencia constituyó un momento clave para repensar un proyecto alternativo de izquierda, que implicó 1) reconocer el fracaso de los socialismos reales y el modelo revolucionario socialista, y 2) adoptar un diagnóstico crítico del reformismo social demócrata. El problema con ambos modelos, es que estaban empecinadas en controlar el Estado para llevar a cabo sus fines, ya sea para la revolución o para la reforma, y esto no se ajustaba a las transformaciones sociales y culturales que se estaban desarrollando en Chile. En una entrevista de La Tercera el año 2000, señaló que el socialismo no había fracasado, sino que lo había hecho en su forma estatista de enfrentar los problemas sociales4.
El Estado no tendría que ser el ícono de la izquierda, ni tampoco la abolición de la propiedad privada su objetivo principal. La gran lucha del socialismo del siglo XXI, sería por la democracia participativa, que socializaría el poder central hacia el local y lo regional. Así “la comunidad de ciudadanos no cede la totalidad de su soberanía, sino conserve partes significativas de ellas”5. No por nada una de las demandas más escuchadas en los últimos años y en el estallido social fue la de, “devolver el poder a los territorios”.
Otro aspecto importante que Moulián captó tempranamente, es que los actores principales de los proyectos de izquierda no podían reducirse sólo al proletariado. Se anticipó de forma clara a las demandas compartidas de una clase media con identidades diversas. Finalmente, como consecuencia de esto mismo, comprendió que las organizaciones políticas, como partidos, organizaciones gremiales, sindicatos y otras, tendrían que adaptarse a modos de funcionamiento más horizontales, justamente para favorecer la participación, y dejar atrás la jerarquía rígida que en algún momento caracterizó tanto al Partido Comunista y la izquierda marxista en general.
Tomás Moulián fue esencial para que la izquierda chilena extraparlamentaria entendiera que no podía volver a las mismas ideas del pasado, y que para eso debía estudiar y comprender un mundo distinto al del siglo XX, sin identidades de “clase”, pero con nuevas carencias no necesariamente materiales, derivadas de una cultura de consumo.
A principios del 2000, estudiantes universitarios y movimientos sociales locales sintonizaron con los planteamientos del historiador Gabriel Salazar. Estos planteamientos están centrados en un rechazo aún mayor a la política institucional y sus partidos políticos. Para Salazar, a lo largo del siglo XX los partidos políticos de izquierda enajenaron el ejercicio del poder popular constituyente de los sectores populares. Esto lo ve en el Partido Comunista, que se habría auto asignado la representatividad de la deliberación popular, para, en realidad, devaluarla al canalizarla en una institucionalidad estatal completamente contrapuesta a sus intereses y objetivos. Por ello desde la perspectiva del historiador, el desafío del movimiento popular en la segunda década del siglo XXI era pensar un proyecto emancipador autónomo de todos los partidos políticos, incluidos los de izquierda, desde fuera de la institucionalidad y basado en su propia memoria histórica: “sin ideología extranjera, sin partido político con representación parlamentaria, absolutamente con base en la deliberación ciudadana y la cultura social-popular”6.
El diagnóstico de Salazar incluye una evaluación histórica de todos los partidos que en algún momento fueron revolucionarios pero que terminaron perpetuando el sistema. Esto les habría pasado a los liberales en el siglo XIX, a los radicales a comienzos del siglo XX, por cierto, a los partidos de la Concertación, y es lo que también sucede actualmente con los partidos del Frente Amplio7.
El año 2011, en medio de un fuerte movimiento estudiantil por el fin del lucro en la educación, Salazar público un breve ensayo para la contingencia, que intervenía en el debate sobre el camino posible de los movimientos sociales en Chile. Dos años más tarde, organizaciones de izquierda y territoriales, como el Movimiento de Pobladores en Lucha (MPL) y ANDHA Chile a luchar, le solicitaron que escribiera “una carta de navegación histórica” para orientar su trabajo en pos de la discusión de una nueva Constitución para Chile8. Un buen número de movimientos sociales que no están vinculados a ningún partido político, tienen su hoja de ruta puesta en estas ideas. No es casualidad que, para la reciente elección de convencionales constituyentes, la mayoría de movimientos sociales prefirieran inscribirse en listas sin partidos, y organizadas en ideas de participación directa. Ese mismo año 2011 Salazar señalaba que se había iniciado el despliegue territorial a lo largo de todo el país de “asambleas comunitarias”. Sin apoyo de partidos de izquierda, con recursos propios, alejados del “peticionismo” del movimiento sindical clásico, estas asambleas de manera autónoma, es decir, “sin Estado y sin partidos” habrían comenzado a deliberar, ejecutar y ejercer el “poder-popular-constituyente”9.
Hoy, diez años después de que Gabriel Salazar escribiera su “carta de navegación”, un gran número de organizaciones independientes y autónomas de partidos políticos, tienen cerca de un tercio de la representación en la Convención Constituyente, y aunque esto pueda significar estar cometiendo el mismo error de los partidos políticos, es decir, ingresar al sistema institucional, es un síntoma que no podemos perder de vista. Las ideas de Gabriel Salazar están instaladas en muchos de esos movimientos, aún cuando puedan equivocarse en seguir sus pasos. En cualquier caso, es innegable que los partidos políticos han perdido relevancia como intermediarios de representación.
A propósito del debate constitucional, Salazar ha sostenido que el objetivo de mediano plazo del movimiento popular chileno debe ser constituir una asamblea nacional-popular-constituyente, fruto de la confluencia de “los poderes locales, intercomunales y regionales”. Cuyos integrantes sean electos “de abajo hacia arriba”, y con mandatos revocables por las bases. Se trata de un modelo que asegura la participación de la base, la deliberación ciudadana, y la descentralización del ejercicio del poder. No sería extraño que, para muchos movimientos sociales, el actual proceso constitucional no sea suficientemente participativo, pues, Gabriel Salazar entrega una alternativa a la democracia representativa, que es justamente lo que hoy está en crisis en gran parte de occidente.
Tres ejemplos más que revisaré de modo breve, son Fernando Atria, Alberto Mayol y Carlos Ruiz. El primero, abogado constitucionalista y académico, fue uno de los que más ha insistido con la necesidad de cambiar la constitución desde inicios de la transición. Para él la constitución de 1980 no solo tiene un origen ilegítimo, sino que también contiene “trampas” para que la ciudadanía no pueda ejercer su voluntad mediante la política institucional. El solo hecho de nacer en dictadura ya es un problema, por no haber sido participativa y, por lo tanto, no “constituir” ninguna voluntad ciudadana. La actual Constitución estaría hecha para negar la participación del pueblo, “por eso es correcto decir que la llamada Constitución de 1980 esencialmente antidemocrática o, lo que es lo mismo, no es una Constitución”10. En este caso las trampas serían: 1) las leyes orgánicas constitucionales y sus quórums de aprobación, hechas para que la derecha pueda vetar iniciativas incluso siendo minoría en las instituciones; 2) el extinto sistema binominal, que por mucho tiempo sirvió para inflar artificialmente la votación de la segunda mayoría (la derecha) y crear un empate virtual en el poder legislativo; y 3) el control preventivo del Tribunal Constitucional. De este modo ningún gobierno puede hacer algo demasiado diferente a lo que haría la derecha, tal como expresó el propio Jaime Guzmán.
La necesidad de una nueva Constitución fue adquiriendo importancia y la influencia de Fernando Atria en sectores de izquierda tras la reforma del 2005 encabezada por Ricardo Lagos. El abogado ha señalado que valora esta reforma pero que critica el tono refundacional que le dieron a esta, negando el problema constitucional de origen. Esta visión influyó fuertemente en las aulas de los estudiantes de derecho, dando cuerpo a la demanda por una nueva constitución que surja de un verdadero momento constituyente. Fernando Atria tuvo espacios de influencia directa en los sectores de izquierda. Primero en el segundo gobierno de Michelle Bachelet y luego en el Frente Amplio.
Carlos Ruiz, sociólogo ya académico conocido por ser uno de los fundadores y líderes de la Sur-Da en la década de 1990, es reconocido por colectivos de izquierda surgidos al alero del movimiento estudiantil y algunas organizaciones territoriales. Ruiz sostiene que el camino de la izquierda transformadora del siglo XXI pasa por dejar de privilegiar a un solo actor social como el sujeto del cambio social, por abandonar la visión del partido de vanguardia y por participar en las luchas sociales, pero también en las político-institucionales. Por ello, el desafío de la izquierda chilena pasa por “la construcción de una alianza social y política” de todos los sectores excluidos por el sistema de dominación11. En este plano, Ruiz, si bien no descarta el rol de los partidos políticos, como si lo hace Salazar, estima que el papel fundamental de la transformación social recae en los sujetos, llamados a escribir la historia, y no en el Estado ni en una ideología en particular12. De todos modos, Ruiz reivindica la perspectiva socialista, como oposición a la mercantilización de la vida social.
Estos planteamientos tienen un eco notable en la cultura del Frente Amplio, que, si bien milita en partidos, busca articularse con movimientos sociales. En la elección de Convención Constituyente, el propio Carlos Ruiz ha sido electo.
Por último, el sociólogo Alberto Mayol tuvo gran notoriedad en el movimiento estudiantil del 2011, entregando un diagnóstico de fondo que no se agotaba únicamente en el problema estudiantil o el lucro en la educación. Centró su crítica en “el modelo” por completo y sus contradicciones, dentro de las cuales, se encontraba el problema del endeudamiento de los estudiantes universitario. Este era sólo un síntoma más del mismo problema.
De modo muy general, podemos decir que Mayol describió la crisis de la economía de mercado y la descomposición social derivada del mismo, asociada a la desigualdad y fragmentación e los espacios, lo cual genera malestar y conflictividad social[13]. Ha sido uno de los más precisos en describir el malestar acumulado.
La lista de referentes puede ser mucho más larga. Pero hemos constatado que buena parte de las ideas que predominan en el debate público actual, fueron desarrolladas desde la década de los 90 por intelectuales que la izquierda escuchó, y discutió por largo tiempo, y que luego fueron difundidas y experimentadas en las universidades desde la primera década del 2000.
El éxito de los partidos del Frente Amplio y movimientos independentes, se debe fundamentalmente a que comprendieron las trasformaciones culturales y sociales de forma relativamente temprana, gracias a que pusieron atención a sus académicos e intelectuales. Se adaptaron primero a una sociedad más líquida, que funciona con relaciones horizontales y que reclama participación directa, y que, al contrario, se siente menos inidentificada con las ideologías y las estructuras jerárquicas tradicionales (como los partidos políticos). En ese sentido, el éxito no se debe necesariamente a la identidad de “izquierda”, en el sentido clásico de la expresión.
Es materia para otra columna, revisar qué es lo que pasó con los centros de pensamiento ligados a la derecha y la Concertación, y describir por qué llegaron tarde a estas discusiones y cuáles advirtieron el fenómeno sin ser escuchados en sus sectores.
1 F. Fukuyama, The End of History and the Last Man, Free Press, Nueva York 1992.
2 Nye, Joseph. “Will the Liberal Order Survive? The history of an Idea”. Foreign Affairs, Vol. 96. 2017.
3 Moulián, Tomás. Chile actual. Anatomía de un mito. LOM, Santiago, 1997.
4 Moulian, Tomas. “La necesidad de una discusión en la izquierda”, La Tercera, 13 de febrero de 2000, p. 11.
5 Moulian, Tomas. “¿Quinta vía?” La Tercera, 19 de diciembre de 2000.
6 Salazar, Gabriel. El poder nuestro de cada día. Pobladores. Historia. Acción popular constituyente, Lom Ediciones, Santiago, 2016, p. 19.
7 Salazar, Gabriel. “Gabriel Salazar dispara contra el Frente Amplio”, The Clinic, 24 de agosto, 2017. 20https://www.theclinic.cl/2017/08/24/gabriel-salazar-dispara-frente-amplio-estan-actuando-cualquier-viejo-politico/
8 Salazar, Gabriel. En el nombre del poder constituyente (Chile, siglo XX), Lom Ediciones, Santiago, 2011.
9 Íbid.
10 Atria, Fernando. La Constitución tramposa. LOM, Santiago, 2013, p. 45.
11 Ruiz, Carlos. De nuevo la sociedad, Lom Ediciones, 2015, p. 202.
12 Ruiz, Carlos. “socialismo y libertad. Notas para repensar la izquierda”, p. 158.
13 Mayol, Alberto. El derrumbe del modelo. Catalonia, Santiago, 2012.