Durante el último año el fenómeno de la “cancelación” en campus universitarios se ha ido extendiendo. Lo que hasta hace poco era visto con distancia como un fenómeno eminentemente internacional, ahora se está normalizando en Chile, lo cual debería dejar indiferente a nadie.
A modo de ejemplo, centrándose en la Universidad de Chile – la más emblemática casa de estudios del país – se han experimentado tres episodios de alta repercusión pública. Comenzando con la “funa” de Sergio Micco en noviembre del 2023, seguido del acampe contra la Rectora Rosa Devés en junio de este año, culminando con la cancelación del homenaje a Juan de Dios Vial Larraín en agosto pasado. Por razones diversas, se han justificado estas cancelaciones. El caso de Micco – ex Director del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) y profesor de la misma casa de estudios – fue justificado por grupos estudiantiles por su rol “cómplice” en los eventos de 18 de octubre de 2019 al mando del INDH, argumentando que su presencia como expositor en un Congreso académico era “dañina” para la comunidad universitaria.[1] Aunque la rectora salió en su defensa, señalando que “el derecho a la libre expresión, el diálogo basado en el respeto mutuo […] son esenciales para el cumplimiento de las funciones de toda universidad”,[2] sus reparos no evitaron ser ella misma víctima de la siguiente cancelación.
Rosa Devés – primera mujer rectora en la historia de la U. de Chile, y académica en la misma casa de estudio desde la década de 1980 – sufrió la toma de la Casa Central por aproximadamente 2 meses por parte de estudiantes que se estaban manifestando contra la invasión de Israel a la franja de Gaza. La rectora manifestó “su repudio a la masacre ocurrida en territorio palestino” y reiteró llamados por una solución “pacífica y duradera”.[3] Sin embargo, la negativa de romper relaciones con organizaciones educativas israelíes fue usada para justificar la toma, vigilar y marcar quienes fueran permitidos entrar al recinto, y finalmente, desplegar en el frontis un enorme lienzo donde B. Netanyahu besa forzosamente a la rectora bajo el rótulo de “Sionista”. Frente a esto, Rosa Devés enfatizó que “lo que está en juego es la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, el pluralismo.”[4]
Esta libertad de pensamiento y pluralismo se puso a prueba a inicios de agosto pasado. El lanzamiento de libro del destacado filósofo J. Vial Larraín – Premio Nacional de Humanidades y Cs. Sociales en 1997 – organizado por las universidades de Chile, PUC y Los Andes, fue cancelado oficialmente por razones de fuerza mayor. Sin embargo, la carta abierta realizada por profesores,[5] secundados por sindicatos de trabajadores y la federación de estudiantes de la misma casa de estudios sugiere otra cosa. En ella, se declaraba que “independiente del mérito de su obra académica”, “homenajear a un rector delegado (1987-1990) por el régimen militar chileno, no puede ser posible.”[6] Como queda de manifiesto, en mayor o menor grado, las tres personas víctimas de estas cancelaciones tienen antecedentes académicos reconocidos. Sin embargo, a pesar de sus distintas trayectorias y/o afinidades políticas, fueron todas censuradas por la misma comunidad universitaria en la cual se desempeñan o pertenecieron durante su vida. Lo anterior, obliga a cuestionarse sobre la misión de la universidad y si tal es reconocida tanto por pares y como por la sociedad en general.
La universidad surge en la época medieval como una “comunidad de profesores y alumnos en búsqueda de la verdad”. Junto con educar en todas las áreas del saber al estudiante,[7] su labor era tan apreciada que logró un estatus de autonomía jurídica y libertad de cátedra frente tanto a la Iglesia como al poder político. Sus académicos fueron los primeros intelectuales profesionales, su labor era “el estudio y enseñanza de las artes liberales” como también el trabajo “artesano” de producir nuevo conocimiento desde la razón.[8] Andrés Bello se sentía heredero de tal tradición. Su discurso en la instalación de la Universidad de Chile en 1843 así lo manifiesta, donde declara que “todas las verdades se tocan”,[9] es decir, que existen múltiples caminos para alcanzar este fin, expresadas en las distintas facultades y disciplinas. Entiende el rol de la institución como un centro de la creación del conocimiento, “un cuerpo eminentemente expansivo y propagador” de las luces. Donde la confrontación de ideas y el debate entre posturas diferentes es imprescindible. A fin de cuentas, la “libertad es el estímulo que da vigor sano y una actividad fecunda” a la universidad; “libertad en todo”[10] permite la búsqueda del saber, y con ello, a la controversia a las cual el mismo Bello no fue ajeno, como fueron sus recordadas polémicas con colegas como D.F. Sarmiento y J.V. Lastarria.[11]
Para Max Weber lo anterior explica la razón de ser de los intelectuales, quienes deben tener un “compromiso por la búsqueda de la verdad”,[12] mediante una “integridad intelectual” y restringirse de cualquier adhesión a intereses políticos, gremiales o partidistas que obstaculicen tal compromiso.[13] Émile Zola, agrega a tal pretensión una función social, donde los intelectuales sirven como magistrados culturales criticando tanto las arbitrariedades e intereses del poder como los prejuicios de las masas populares.[14] De este modo, los intelectuales saldrían de aquellas ‘torres de marfil’ universitarias y se conectarían con la sociedad siendo celosos de su imparcialidad, pero criticando la coyuntura y guiando a la opinión pública en base a su conocimiento experto. En contraposición, Marx plantea que esta actitud del “intelectual tradicional” es servil a las clases dominantes,[15] por consiguiente, el llamado hecho posteriormente por Gramsci es a convertirse en un “intelectual orgánico” donde se privilegia el compromiso político transformador de la sociedad por sobre el compromiso por el conocimiento. Hecho esto, se contribuye a combatir la “hegemonía cultural” que propicien los cambios políticos futuros. Entendido así, el intelectual y la universidad se vuelven en instrumentos y agentes eminentemente revolucionarios.
Esta última visión conlleva un riesgo evidente el cual es particularmente palpable en las universidades anglosajonas. En ellas, la libertad de cátedra, la autonomía y la concepción de que la universidad es un centro de conocimiento y discusión, entre posturas diversas y muchas veces diametralmente antagónicas en post de un entendimiento común, se está perdiendo. Según autores como Niall Ferguson – académico de Harvard formado en Oxford – esto constituye la “traición de los intelectuales” y de las universidades actuales,[16] donde la “batalla cultural” está enmarcando la labor de los académicos particularmente en las ciencias sociales y humanidades, favoreciendo análisis de la realidad en simplificaciones dicotómicas, irreflexivas e ideologizadas. Esta situación es la que promueve la cultura de la cancelación y la censura en espacios que deberían ser el epicentro del debate y la discusión. Lo anterior, explica que un 47% de los académicos en los EE.UU. crea que la libertad académica para investigar se ha “deteriorado mucho”.[17] Este fenómeno se ve potenciado por la falta de diversidad política entre académicos, donde a modo de ejemplo, en las casas de estudio norteamericanas existe una desproporción de profesores demócratas sobre conservadores en relación de 8:1.[18] El ambiente hostil que se ha generado fomenta que un 26%, 42% y 70% de los académicos se auto-censure en sus opiniones dependiendo de su auto-identificación en izquierda, centro y derecha respectivamente,[19] debido justamente a los miedos de cancelación.
La realidad en Chile aún no llega a los extremos vistos en Europa y Norteamérica. Sin embargo, los acontecimientos del último año en la “casa de Bello” están mostrando una actitud cada vez más normalizada. Ya es común la censura de funcionarios independiente de los méritos académicos que posean, afectando a personas identificadas con todo el espectro político, y para peor, promovidas por miembros de la propia comunidad universitaria. El rol primordial de la universidad no debería ser transformarse en centro de poder, o de acción y formación política, ni debiese ser el escenario para enfrentar a los adversarios en una “batalla cultural”, muchos otros espacios mejores existen para ello. Su rol es ser un centro para la reflexión respetuosa, donde se viva el pluralismo, lo que implica muchas veces confrontar ideas y personas que pudieran parecer incómodas y controversiales a ciertos grupos. El avance del conocimiento, pero también de la amistad cívica, requiere de un espacio – un refugio incluso – como la universidad para que la razón prime sobre la intolerancia, donde las posturas y argumentos se midan en su propio mérito y no se impongan por el miedo o amenaza, donde el entendimiento triunfe sobre el clima crispado y polarizado actual. No lo perdamos.
[1] La Tercera, 09 de noviembre 2023.
[2] El Mercurio, 13 de noviembre 2023.
[3] Diario U de Chile, 18 de julio 2023.
[4] Entrevista de Antonia Laborde, El País, 23 de junio 2024
[5] El Ciudadano, 06 de agosto 2024.
[6] La Tercera, 08 de agosto de 2024.
[7] Las artes liberales basadas en el trívium y quadrivium (gramática, dialéctica, retórica, aritmética, geometría, música y astronomía)
[8] Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona, España: Gedisa, 2006, p. 68.
[9] En: José Santos Herceg and María José López Merino, eds., Escritos Republicanos. Selección de escritos políticos del siglo XIX, Santiago, Chile.: LOM, 2012, p. 90.
[10] Ídem, 102.
[11] Véase: Norberto Pinilla, La Polémica del Romanticismo en 1842. Buenos Aires, Argentina: Editorial Americalee, 1943; Norberto Pinilla, ed., La controversia filológica de 1842. Santiago, Chile.: Prensa de la Universidad de Chile, 1945.
[12] Nicola Miller, In the Shadow of the State. Intellectuals and the Quest for National Identity in the Twentieth-Century Spanish America. London, United Kingdom: Verso, 1999, p.13.
[13] Richard Wellen, “The Politics of Intellectual Integrity.,” Max Weber Studies 2, no. 1 (November 2001): p. 84.
[14] Carlos Altamirano, “Intelectuales: Nacimiento y peripecia de un nombre.,” Nueva Sociedad, no. 245 (June 2013): p. 42.
[15] David Bates, ed., Marxism, Intellectuals, and Politics. (New York, United States: Palgrave Macmillan, 2007).
[16] The Free Press, 11 de diciembre 2023.
[17] Académicos de Ciencias Políticas en los Estados Unidos. Véase: Pippa Norris. “Cancel Culture: Myth or Reality?”, Political Studies, 71(1), 2023 p. 165.
[18] Entre académicos de Ciencias Sociales y Humanidades. En caso de académicos de psicología, para 2014 se alcanza una proporción de 15:1, cuando en 1984 era cercano a una relación de 1:1 entre académicos liberales y conservadores. A su vez, en Reino Unido un 78% de los académicos votó “Remain” y solo un 16% “Leave” en 2016. Véase Eric Kaufmann, “Academic Freedom in Crisis: Punishment, Political Discrimination and Self-Censorship”, CSPI, 01 de marzo 2021, p. 66. Según estudio de Norris anteriormente citado, un 80% de académicos de ciencias políticas en los EE.UU. se auto-identifica de izquierda moderada o extrema.
[19] Según el estudio de Kaufmann mencionado anteriormente, en Reino Unido las cifran se reducen a un 15%-15%-32%, entre profesores de izquierda-centro-derecha respectivamente.