En el último tiempo se han visto signos de la creciente y gradual desvalorización que ha ido experimentando la educación, y particularmente las humanidades, en las décadas recientes. La educación se ha puesto en entredicho por un énfasis sobredimensionado en su valor utilitario y material, principalmente en su condición de instrumento para generar riqueza. Lo anterior, ha favorecido el recrudecimiento de problemas que están poniendo en crisis al sistema educativo como pueden ser la violencia, el ausentismo y la desautorización experimentada por el profesorado. A su vez, estos problemas han sido comentados latamente en la historia, siempre con una premisa en común, el apuntar a las humanidades como una disciplina que debe justificar su existencia, como si fuera un lujo del cual se puede prescindir.
Las reiteradas y controvertidas declaraciones del economista Sebastián Edwards confirman esta tendencia. Para él, las humanidades son, en el mejor de los casos una carga, un obstáculo al financiamiento y buen desempeño de otras disciplinas más útiles como las ingenierías. De ahí se desprende su sugerencia de separar Beauchef (Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas) de la Universidad de Chile para que “puedan realmente surgir y contribuir a nuestro país”[1]. En el peor de los casos, las humanidades son consideradas “tonterías” que es mejor eliminar de las planificaciones estatales a largo plazo en la generación de capital humano avanzado, para relocalizar tales recursos en becas para “carreras con proyección”[2]. Incluso cuando rectifica, Edwards demuestra su permanente sospecha y minusvaloración de las humanidades, al dividir entre aquellas con “minúscula” de las con “mayúscula”[3], siendo las primeras las que él califica como ‘ideologizadas’ frente a aquellas disciplinas que él valora como el estudio de los clásicos griegos. Edwards de esta manera se autodesigna como el ‘catón’ y guardián de la buena educación, una que debe contribuir al enriquecimiento o al menos no obstaculizarlo como principal criterio de su valía.
La perspectiva de Edwards resuena con la polémica comenzada hace más de una década por el ex presidente de la República Sebastián Piñera, quien declaró que la “educación cumple un doble propósito: es un bien de consumo” al ser un “componente de inversión”[4]. Nuevamente, la educación se entiende principalmente en una dimensión utilitaria, como un producto del mercado. Carlos Peña explica esto último señalando que la modernización capitalista plantea la expansión del consumo, y con ello, la formación de un “ethos de las personas” de comprar bienes como forma de diversión, sociabilidad y estatus, entre las que cabe la educación[5]. De este modo se podría interpretar esta doble dimensión dicha por Piñera, la educación no es solo un bien de consumo, sino que un instrumento que permite consumir más, un medio como generación de riqueza.
Concebir la educación exclusivamente desde una dimensión utilitaria fomenta fenómenos que ponen en crisis, por ejemplo, el ausentismo escolar el cual ronda entre el 35-22% en los últimos años[6]. En el marco señalado, cabe preguntarse si la educación formal está cumpliendo esta “doble función”, o en caso contrario, si está creando una expectativa insatisfecha. Ésta, al no otorgar posibilidades ciertas de mejora económica, se abandona en desmedro de otras alternativas más expeditas para alcanzar la anhelada prosperidad, como podrían ser la delincuencia o las redes sociales[7]. Los malos niveles de la educación parecieran sustentar esta insatisfacción como consumidor. Un botón de muestra son los niveles de lectura de los estudiantes[8], problema que se acrecienta en los más jóvenes llegando un 96% de los niños de primero básico a no reconocer las letras del abecedario[9]. Por consiguiente, desde un punto de vista utilitario, sería legítimo que el estudiante abandonara la educación si al evidenciar sus falencias considera que existen formas más inmediatas de generar riqueza.
De lo anterior se desprende otro problema que ha surgido con esta desvalorización de la educación, particularmente la pérdida de autoridad que ha afectado a docentes y profesores. Al respecto, Daniel Mansuy propone que en Chile se ha ido extendiendo un “igualitarismo democrático” que ha dificultado la labor del profesor, ya que su rol sólo se justifica en base a una asimetría donde él posee conocimientos, habilidades y experiencias que el estudiante carece, y que le permitirían al pupilo alcanzar una vida más plena y feliz. Para Mansuy, “la relación pedagógica exige el reconocimiento de una superioridad que en principio es natural”[10]. En este sentido, la esperanza de la educación se funda en esta desigualdad, sin embargo, la autoridad es vista con sospecha o como algo nocivo en la cultura igualitaria actual. Más aún, si agregamos a lo anterior la concepción economicista imperante, donde el consumidor tiene la preeminencia frente al proveedor del servicio, explicando así la inversión de valores que ha existido en la relación educativa entre estudiante y profesor. Una consecuencia de esta pérdida de autoridad es la expansión de la violencia que también ha afectado a profesores[11], contribuyendo a su vez en la gran cantidad de docentes que desertan de la actividad profesional, cifra que llega a un 20% en la actualidad[12].
Un breve análisis histórico otorga antecedentes de esta discusión sobre el valor de la educación, siendo el debate pedagógico de inicios del siglo XX particularmente iluminador. La búsqueda de una educación pragmática se establecía como el principal remedio contra el ausentismo escolar para motivar a las familias a enviar a sus niños a la escuela[13]. Autores como Francisco Encina promovieron una “educación económica” que se basara en generar aptitudes y conocimientos específicos para desarrollar oficios y producir riqueza. Esto para subsanar el “excesivo intelectualismo” de la escuela que repercutía en un “desequilibrio entre las expectativas y la realidad”[14], generando en el estudiantado un sentimiento de hostilidad y frustración ya que al egresar no se obtenían las herramientas propicias para la deseada movilidad social. En contrapartida, Enrique Molina se mostraba escéptico señalando que la “tendencia a perseguir tan sólo el placer o el interés” son los “disolventes de toda civilización” y de la verdadera educación al buscar “tan sólo la ganancia material y despreciar lo no material”[15]. Por consiguiente, Molina planteaba la necesidad de establecer una educación integral donde a lo técnico se le sumara también una preocupación por el desarrollo moral, humano y cultural del estudiante.
Darío Salas complementa lo anterior, reconociendo a su vez que las democracias requieren una educación cívica que inculcara en la juventud una virtud republicana o ‘amor a la patria, a las leyes’ – parafraseando a Montesquieu. Este patriotismo buscaba crear una sociedad más cohesionada, pero ello reconoce una dimensión material ya que “vida democrática exige del individuo la eficiencia económica”[16], es decir, una democratización social por medio de la expansión de las oportunidades. La única manera de lograr esto, era por medio de una educación obligatoria, democrática, útil y neutral. Estas fueron las bases de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria de 1920 que tantos avances significó para el país en las décadas siguientes con la obra realizada por presidentes de diversos tonos políticos como Pedro Aguirre Cerda y Eduardo Frei[17]. Con estas reformas se consolidaba la labor educativa como un verdadero proyecto republicano, que tras 1920 se transformaba en el principal instrumento de cohesión social y en la forjadora del “alma colectiva de la nación” según Arturo Alessandri[18]. Como denunciaba Mario Góngora, este proyecto se disolvió desde la década de 1970-80s con la emergencia de una mentalidad que ponía la economía por sobre cualquier otro criterio[19].
Hoy, a más de cien años desde el inicio de este debate, ciertas problemáticas son comunes. El desprecio a las humanidades y las posturas utilitarias extremas ven la educación de modo unidimensional también hacen eco de voces del pasado. Esta visión ha contribuido a generar un clima de sospecha contra los profesores y su labor, como también ha favorecido la violencia y el ausentismo. Algo que parece fácil para aminorar estos problemas es devolverle la dignidad a la educación y sus agentes pedagógicos, sin embargo, lo enraizado de esta visión utilitaria dificulta tal tarea. Dejar de cuestionar la educación y justificarla solo en su dimensión material, como si únicamente la riqueza motivara a las personas es imprescindible. Como señala Salas, un país no es sólo “una usina de bienes económicos”[20], es un principio espiritual, una solidaridad y proyecto colectivo que requiere de una educación que forme esta comunidad de manera integral. Que el debate pedagógico de inicios del siglo XX sirva de ejemplo a la actual generación de gobernantes – muchos de los cuales proviene del mundo educacional – y se establezca como prioridad realizar un gran acuerdo nacional por la educación, la crisis actual así lo amerita.
[1] 11 de junio 2024.
[2] 12 de junio 2024.
[3] 22 de junio 2024.
[4] 19 de julio de 2011.
[5] Carlos Peña, Lo Que El Dinero Sí Puede Comprar (Santiago, Chile.: Taurus, 2017), 14.
[6] Ministerio de Educación, 2022 y 2023 respectivamente.
[7] Un estudio de Servicios Financieros Remitly, en base a búsquedas por Google en un año (octubre 2021-22), señala que el “trabajo soñado” en Chile es ser ‘Youtuber’. En países como EE.UU., Brasil, Francia el trabajo más buscado era ser piloto, empresario y abogado respectivamente.
[8] Según Prueba PISA 2022, un 33,7% de los estudiantes de 15 años posee niveles de lectura bajo 2 (dificultad para reconocer tema principal de un texto simple), mientras que en 2015 era de un 28,4%. Cifras lejanas al 26% promedio OCDE que posee mismo nivel.
[9] Estudio Universidad de los Andes, 22 de octubre 2022.
[10] Daniel Mansuy, Enseñar entre iguales. La educación en tiempos democráticos. (Santiago, Chile.: Instituto de Estudios de la Sociedad, 2023), 42.
[11] Según Observatorio de Convivencia, Ciudadanía y Bienestar Escolar de la U. de la Frontera, las denuncias por violencia escolar a la Superintendencia de Educación aumentaron un 37% entre 2019-22.
[12] El País, 03 de julio 2023.
[13] Inasistencia bordeaba el 60% de los estudiantes para 1920. Véase Francisca Rengifo, “Familia y Escuela. Una Historia Social Del Proceso de Escolarización Nacional. Chile, 1860-1930.,” Historia 1, no. 45 (June 2012): 128.
[14] Francisco A. Encina, La Educación Económica y el Liceo. La Reforma Agraria., 2nd Edition (1st Ed. 1912) (Santiago, Chile.: Nascimento, 1962), 15–18.
[15] Enrique Molina, La cultura i la educacion jeneral (Santiago, Chile.: Imprenta Universitaria, 1912), 56.
[16] Darío Salas, El Problema Nacional: Bases para la reconstrucción de nuestro sistema escolar primario., 2nd (First in 1917) (Santiago, Chile.: Soc. Imp. y Lit. Universo, 1967), 218.
[17] Para 1920, el alfabetismo llegaba al 50,3%; para fines del gobierno de Frei alcanzaba un 89,8%.
[18] Sol Serrano, Macarena Ponce de León, and Francisca Rengifo, eds., Historia de La Educación En Chile (1810-2010), vol. II: La Educación Nacional (1880-1930) (Santiago, Chile.: Editorial Taurus, 2012), 39.
[19] Mario Góngora, Ensayo Histórico Sobre La Noción de Estado En Chile En Los Siglos XIX y XX (Santiago, Chile.: Editores La Ciudad, 1981), 134.
[20] Salas, El Problema Nacional: Bases para la reconstrucción de nuestro sistema escolar primario., 14.