Los colores del Princeps: policromía en el período Augusteo

Publicado en 19 junio, 2024

La historiografía del arte en tiempos históricos no posee muchos años de vida, sino que como disciplina debe llevar entre 200 a 300 años aproximadamente. Johann Joachim Winckelmann, quien dio inicio al estudio de la Historia del Arte a través de los hallazgos arqueológicos de la época, comenzó a determinar las bases de los distintos períodos del arte, y uno de los grandes afectados -para bien o para mal-, fue el arte clásico o grecorromano[1]. El historiador alemán estableció como norma general, que las esculturas del arte clásico debían ser blancas, siendo algo que para el siglo XVIII tendría todo el sentido del mundo. En ese período, todas las obras escultóricas que se descubrían se encontraban sin color, puesto que este elemento es el primero en deteriorarse con el tiempo y tampoco existía la tecnología para poder hacer un análisis de los pigmentos que se pudieran hallar en la figura, además a estas en el momento de su hallazgo, se les realizaba una limpieza bastante violenta, volviendo casi imposible encontrar el color a simple vista en las esculturas de mármol[2]. Este dictamen de Winckelmann se vio fortalecido con el Neoclasicismo, el cual se caracterizó por la construcción y reconstrucción de esculturas blancas. De hecho, en la actualidad, al pensar en esculturas griegas o romanas, solo las podríamos imaginar de un color blanco, y el hecho de tratar de darles color, sería casi impensado… pero ¿y si realmente tenían color? ¿Cómo se podrían haber visto las esculturas para ese entonces? Esas son precisamente las preguntas que se han estado realizando los historiadores, arqueólogos y diversos investigadores desde hace no más de 50 años, y eso es lo que veremos a continuación. En tal sentido, en esta columna trataremos de dar respuesta a dichas incógnitas a través del arte imperial romano, específicamente con la construcción de esculturas que se produjo durante el período de Octavio Augusto. Para ello, haremos un análisis histórico donde veremos los significados políticos y mágicos de los romanos, además de observar los precedentes que fueron dejando los etruscos y helenísticos para así llegar al arte augusteo.

Los precedentes: arte etrusco y helenístico

Algo habitual que se piensa del arte romano, es que es una copia casi idéntica al griego, cosa que tiene cierto sentido, considerando el hecho de que los romanos estaban realmente enamorados de la cultura griega, sea de su literatura, religión y, como se mencionó, el arte. A pesar de ello, Roma consiguió crear su propio estilo, pero con una fuerte influencia del helenismo, y no solo de este, sino que también de los etruscos, pueblo que habitaba la península itálica, de la cual terminaron sacando las bases principales.

El arte de Etruria no poseía fines estéticos, las esculturas poseían un carácter funerario y sagrado. Los materiales principales que utilizaban eran la piedra y terracota, siendo la segunda tomada por la Roma republicana. Retornando con los etruscos hay que destacar la funcionalidad mágica que poseía, siendo el de poder representar la figura de los difuntos de la forma más realista posible, esto con la intención de poder traer a la vida la imagen de la persona. Uno de los elementos que se utilizaba para dicho fin era la policromía, con tal de poder otorgarle más vida a la figura a través de los colores que pudieran emular como era dicha persona en realidad. Para ejemplificar esto, tenemos un sarcófago de terracota con forma de mujer etrusca, la cual cuenta primeramente con una forma bastante similar a como se ve realmente una mujer, y segundo, cuenta con un pintado que logra dar con mayor fuerza dicho objetivo.

Mujer etrusca, 150-120 a.C., Badisches Landesmuseum Karlsruhe.

El arte helenístico por su parte empezó a utilizar el mármol, el bronce y la plata en gran medida. Se generó una mezcla entre lo heleno con lo oriental, dotando a las esculturas del clasicismo con muchas más características, tales como expresiones faciales diversas, cansancio, daño físico, emociones, entre otras, siendo todo parte de lo que se conoce como “patetismo”, mostrando el cambio del ethos al pathos[3], vale decir, un cambio del estatismo al dinamismo emocional. Todo esto contaba nuevamente con la intención de dotar de realismo a las esculturas. Algo que también es necesario mencionar, es que el tanto el arte griego como el helenístico, tienen un sentido simbólico en sus representaciones, dígase en otras palabras, buscaban representar figuras que puedan mostrar por ejemplo, hazañas deportivas. Si bien durante el período helenístico también se le dotó con un mensaje político a través de la imagen de Alejandro Magno, no se alejó de la base griega. Para ello haremos uso de la obra “Púgil en reposo”, la cual está construida en bronce, y se puede expresar vivamente en su rostro este patetismo, con una cara golpeada y cansada -como es de esperar de un boxeador-, además de contar con incrustaciones de bronce enrojecidos para simular la sangre, lo cual también nos da un muy buen antecedente para el tema en cuestión.

Púgil en reposo, s. III-II a.C., Palazzo Massimo alle Terme.

Ambos periodos artísticos, tanto el etrusco como el helenístico, formaron las bases del arte romano, sobre todo del imperial. Si bien Augusto introduce en Roma los cánones del arte helenista por el gran gusto que tenía por la cultura griega, este a la vez se desliga de esta representación principalmente simbólica para darle en su totalidad un significado político e histórico[4]. Esto, acompañado de la funcionalidad mágica del etrusco, buscó representar la figura de los magistrados, y específicamente del emperador.

Los colores de Augusto:

Algo que se vuelve indiscutible cuando nos referimos al arte clásico, y por sobre todo al romano, es que como tal, sí posee color, puesto que hay una ciudad que se congeló en el tiempo y se ha preservado en perfectas condiciones por casi 2000 años. La cantidad de frescos y mosaicos que se han descubierto dejan en evidencia esta mentira historiográfica sobre la inexistencia de colores en el arte clásico. No es necesario hacer un análisis muy riguroso sobre ello; de hecho, es cosa de buscar literalmente en Google “pinturas de Pompeya” y saldrá una gran cantidad de obras provenientes de la ciudad y, como es de esperar, todas son coloridas. El problema como tal recae en las esculturas, no podemos hacer el mismo ejercicio de antes, puesto que al hacer la búsqueda no correremos con la misma suerte, por eso en esta ocasión trataremos de dar con la imagen más realista posible del primer emperador romano.

Las características físicas de Augusto las conocemos gracias a Suetonio quien, a pesar de haber escrito unos 100 años posterior a la muerte del emperador, da una descripción de este, mencionando que cuenta con ojos claros, pelo rubio y tez morena[5], además de otras muchas características. No tenemos ninguna certeza de si esta descripción es cierta o no, pero lo que sí podemos afirmar, es que había una percepción de como se podía ver el emperador, la cual debía ser reproducida de la forma más exacta posible alrededor de todo el imperio. Las esculturas tenían esa misión superior al resto de expresiones artísticas, y es llevar la imagen de la máxima autoridad a todos los confines del imperio por un tema político-propagandístico. El emperador, como es evidente, no podía estar en todas las ciudades del dominio romano, y es probable que en todo su tiempo al mando, no podía visitar más de una ciudad, por lo que era necesario llevar la figura de la máxima autoridad a cada rincón, para que se supiera quien los gobernaba y por sobre todo, para que la presencia del emperador estuviera allí. Por ende, el realismo y la funcionalidad mágica que se rescataron de los períodos artísticos previos y ya mencionados, toman protagonismo.

Los romanos tenían conocimiento de las artes plásticas y por sobre todo del griego, siendo evidencia clara una de las obras más icónicas que posee el período augusteo, el Augusto Prima Porta, y se puede asimilar inicialmente al Doríforo de Policleto. A diferencia de esta obra, Augusto se puede observar una mayor expresividad en el rostro y varios elementos simbólicos que dotan a la escultura con un mensaje político y divino.

Augusto Prima Porta, s. I d.C., Museos Vaticanos.

Ahora es necesario preguntarse ¿tenía color? Ya de por sí, la obra en blanco se ve bastante realista, pero no termina de traernos la figura del emperador a la realidad, quedando como una escultura meramente decorativa -obviando el significado iconográfico que esta posee-. Es ante esta pregunta que se han hecho reiterados estudios en base a los pocos pigmentos que sobrevivieron al intenso lavado tras su descubrimiento. La primera reconstrucción policromada se realizó entre los años 1999 al 2005, donde se recreó al princeps con un pintado sobrecargado de los colores rojo y azul, y dejando en blanco las zonas donde no se encontraron pigmentos. Este primer intento, a pesar de darnos una imagen algo irreal de como podía verse una persona, fue un buen punto de partida para dar con la búsqueda de la representación real de la obra, y había algo innegable, tenían color.

Augusto Prima Porta policromado, Museos Vaticanos, 2005.

El año 2014 en conmemoración a los 2000 años tras la muerte de Augusto, en Tarragona se volvió a recrear el Augusto Prima Porta a color, pero con una investigación más exhaustiva, la cual logró recuperar el bronce, los azules y el púrpura. Además, al momento de colorear la escultura, se trató de hacer de la forma más exacta posible, haciendo uso de materiales naturales, tales como las yemas de huevos y el azul egipcio[6]. A diferencia de la obra anterior, esta se pintó en su totalidad, e incluso el blanco que, a pesar de todo lo expuesto, también era utilizado en la antigüedad.

Augusto Prima Porta policromado, 2014, Museo de Navarra.

Reflexiones finales

Augusto como primer emperador del imperio, requería que su figura e imagen pudiese ser conocida en las distintas provincias, y no solo esto, sino que era necesario que la población supiera que él estaba allí presente. Por ende, no servía que las esculturas fuesen construidas con un fin netamente estético, sino que debía ser realista y creíble. Es aquí donde el color tomó especial importancia, puesto que esta característica le terminará dando vida a la obra. El arte clásico, sin dudas, no es como se nos planteó en un inicio, aún hay mucho para investigar. El hecho de que a inicios del presente siglo se empezaron a masificar los estudios sobre la policromía en las esculturas y, con ello se tuvo la intención de dejar de lado las antiguas concepciones sobre la idea de un arte incoloro. Esto significa que aún queda mucho por descubrirse y, por sobretodo, que cada día debemos tratar de aproximarnos a la forma de cómo pensaban y veían el mundo en la antigüedad.


[1] Historiador del arte y arqueólogo alemán, nació en el año 1717 y murió en el 1768.

[2] Néstor Marqués. Momentos de la Antigua Roma que cambiaron el mundo. (Santiago de Chile: Editorial Planeta, 2023), 228.

[3]María José Pascual. “Imágenes de los “Otros”: innovaciones del arte helenístico”. Charla Panorama del mundo helenístico: Historia, Filosofía y Arte. (Chile: Universidad Adolfo Ibáñez, 2023).

[4] Gerardo Vidal Guzmán. Retratos de la antigüedad romana y la primera cristiandad. (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2003), 100-101.

[5] Suetonio. Augusto. (Santiago de Chile: National Geographic, 2004), 77.

[6] https://augusto-imperator.blogspot.com/2015/03/la-policromia-del-augusto-de-prima-porta.html

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