La auto percepción de Chile como un país diferente y superior en la región tiene un arraigo muy fuerte en el imagionario nacional. Como fue explorado en una columna anterior, la apelación a que Chile constituye un ejemplo de país ordenado y bien gobernado donde no tiene lugar el problema de inestabilidad tan característico de América Latina resulta ser un tema recurrente en la retórica política del país. Este mito del excepcionalismo a nivel institucional ha venido acompañado a lo largo de la historia con su correlato a nivel sociocultural. Al igual que en el ámbito político, la excepcionalidad está cimentada en la alteridad latinoamericana, sirviendo como contrapunto frente al cual reafirmar la identidad chilena como un país cohesionado, con paz social y caracterizado por su unidad nacional. De este modo, el “otro” extranjero es interpretado usualmente como fuente de inseguridad, como un perturbador de la tranquilidad y en parte responsable por la pérdida de la buena convivencia nacional.
Esta apelación al extranjero como una amenaza está siendo utilizada por todo el espectro político chileno, transformándose en una constante al momento de hablar de la creciente sensación de inseguridad nacional producto del alza en crímenes comunes y de alta connotación social[1]. Esta retórica es encabezada por el líder republicano José Antonio Kast, quien pasó de argumentar a favor de la construcción de una zanja en la frontera con Bolivia durante su campaña presidencial, a renovar su oferta mediante la construcción de una muralla usando como referente el caso húngaro del gobierno de Viktor Orbán[2]. La centroderecha ha seguido esta tendencia con personajes como Manuel José Ossandón y Mario Desbordes. Ambos realizaron un mea culpa del gobierno anterior, señalando que “reconocemos que nos equivocamos” al invitar a disidentes venezolandos al país[3], ya que Chile no estaba preparado para recibir tantos inmigrantes, produciendo hacinamiento y negocios ilícitos con subarriendos en barrios populares[4], como también nuevas prácticas delictuales. Miembros del socialismo democrático últimamente también se han unido a este discurso. Raúl Soto (PPD), el ex Presidente de la Cámara de Diputados, criticó a adherentes del gobierno por su visión ingenua sobre este fenómeno, advirtiendo que había que “dejar de romantizar la inmigración”, llamando a que este 2024 se convierta en el punto de inicio de una gran campaña de deportaciones masivas[5]. En el mismo tono, el gobierno ha venido gradualmente endureciendo la retórica frente al control migratorio. La Ministra del Interior, Carolina Tohá, justificó expulsiones señalando que “en los flujos migratorios, […] se meten personas con una agenda criminal y en este caso además organizaciones criminales”[6], como el trístemente célebre “tren de Aragua”; organización que según autoridades venezolanas es inexistente y producto de una agenda anti-bolivariana, frente a lo cual, Tohá manifestó que “es un insulto […] al pueblo de Chile, y no sólo de Chile, a los pueblos de latinoamérica” que se niegue el flagelo que ha provocado esta banda criminal procedente de tal país[7]. Sin importar el domicilio político, todos comparten un mismo diagnóstico: Chile es hoy un país más inseguro producto de la inmigración descontrolada.
Sin embargo, cabe preguntarse si estas son reacciones coyunturales del último tiempo o si, por el contrario, reflejan una actitud más arraigada en el país. Al respecto, la idea de excepcionalidad provee de ciertas respuestas.
Desde comienzos del siglo XIX, la pretendida cohesión social se ha justificado de diversas maneras por algunos de los más renombrados intelectuales nacionales. Para José Victorino Lastarria la clave radicaba en lo benigno y temperado del clima de Chile, que privilegiaba la moderación,[8] al tiempo que favorecía a que todo el pueblo compartiera “una misma fisonomía”,[9] implicando que tal característica no existía en climas menos saludables y más cercanos al trópico. Andrés Bello agregaba consideraciones producto del aislamiento geográfico, argumentando que “la cordillera es una frontera donde choca el bramido de los alterados vientos [revolucionarios]” del resto del continente.[10] A su vez, Bello resumía su visión de la población local al señalar que “un rasgo permanente del los chilenos, cuando se le compara con los otros suramericanos, es el amor a su país i el afecto a sus hogares. Este es un sentimiento común a todas las clases.”[11] Durante el siglo XX se le agregaron consideraciones étnicas gracias a la obra de Nicolás Palacios, quien argumentaba que la extensión del mestizaje entre mujeres mapuches y hombres ibéricos resultó en “rasgos comunes a todos” transversales a las clases sociales.[12] Palacios describía al pueblo chileno en base a valores “viriles” como son la austeridad, la resistencia al trabajo y el espíritu guerrero. Resumiendo, el chileno se diferencia del latinoamericano por su cohesión social, mesura y carácter homogéneo que impedía que surgieran conflictos en torno a regionalismos, diferencias sociales y divisiones culturales que favorecieran un ambiente de violencia entre distintos grupos en el país.
Frente a esta visión, el extranjero es percibido con sospecha, como un elemento extraño que no comparte costumbres, acarreando prejuicios y problemas que no se conjugan con el carácter nacional. Esta interpretación no es reciente, existe desde principios de siglo XX cuando el mismo Nicolás Palacios señalaba que al país llegaban los peores elementos de Europa, que estos “inmigrantes traídos a granel, […] serán de seguro vagos, criminales y cretinos de los países europeos”[13], denunciando que los extranjeros llenan las cárceles del país.[14] Con el peak de inmigración a inicios de siglo emergió un marcado discurso de rechazo al extranjero, el cual representaba apenas un 4,1% del total nacional para 1907. Hoy en día, vemos un fenómeno similar pero aumentado debido a la velocidad de este cambio. Si para 1982 los extranjeros representaban menos de un 1% de la población total, para el 2022 representan un 14%, fenómeno que se ha acelerado vertiginosamente en los últimos años.[15] La pulsión anti-inmigración y los discursos xenofóbicos se están acrecentando a nivel nacional. La identificación entre inmigración y delincuencia ya está completamente extendida en la población en general, como también la creencia que los inmigrantes son una carga para el país.[16] Esto desconoce el aporte que realizan en ciertos sectores tan cruciales como la salud,[17] o el espíritu de trabajo que el inmigrante posee al estar más escolarizado, tener jornadas laborales más largas y por un menor salario que el chileno promedio.[18] La masividad de este fenómeno migrante y el fuerte discurso anti-inmigración que está surgiendo está favoreciendo su segregación a nivel escolar.[19] Lo mismo ocurre a nivel territorial con el surgimiento de campamentos – los cuales estaban en retirada hace unas décadas atrás –, corriendo el peligro ahora de que se estén convirtiendo en verdaderas “favelas”.[20]
Chile está experimentando un fenómeno inédito en su historia. Nunca antes habíamos tenido tantos inmigrantes arrivando en tan poco tiempo. Su llegada tensiona la autoimagen de Chile como un país cohesionado socialmente, lo cual está haciendo emerger cada vez más fuertemente discursos xenofóbicos en el país. La manera de enfrentarlo es combatiendo las dos principales causas de las cuales se alimenta este sentimiento. Primero, “separar la paja del trigo”, tomándose seriamente el control de las fronteras para prevenir la inmigración ilegal la cual ha llegado a niveles escandalosos.[21] Pero junto a ello, es igualmente urgente comenzar una campaña de integración a los inmigrantes residentes en el país. A nivel material preocuparse de generar barrios más compenetrados, evitando así la creación de ghettos de inmigrantes ajenos al control y a los servicios que provee el estado que son caldo de cultivo para la delincuencia. A nivel discursivo, incentivar una narrativa que reconozca el esfuerzo del inmigrante, que destaque su aporte a nivel deportivo, económico, profesional y cultural. El esfuerzo debe orientarse a ir gradualmente abandonando esa imagen de Chile como una isla que no se condice con el país de hoy, y en su reemplazo, reforzar la idea de que somos un país profundamente vinculado con América Latina. El mito del excepcionalismo nos hace ciegos a la realidad actual, y por el contrario, empeora la situación al propender a una visión peyorativa del resto de la región y de su gente que redunda en actitudes xenofóbicas contra ellos. En conclusión, seguridad e integración son las claves para retornar a esa paz y cohesión social añorada, para ojalá transformarnos realmente en aquel lugar donde, como dice la canción, “verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero”.
[1] Según la última ENUSC publicada en noviembre 2023, la percepción de inseguridad llegó a un máximo histórico de 90,6% de la población y la victimización afectó a un 21,8% a nivel nacional.
[2] 05 de mayo 2024
[3] Mario Desbordes, 15 de febrero 2021.
[4] José Manuel Ossandón, 12 de abril 2023.
[5] 12 de abril 2024.
[6] 22 de noviembre 2023.
[7] 09 de abril 2024.
[8] José Victorino Lastarria, Lecciones de la Jeografía moderna para la enseñanza de la juventud americana., 4th Edition. First in 1846 (Valparaíso, Chile: Imprenta El Mercurio, 1916), 106–9.
[9] Íbidem, 114.
[10] Andrés Bello, Gramática de la Lengua Castellana, vol. IV, Obras Completas de Don Andrés Bello. (Santiago, Chile.: Pedro G. Ramírez, 1883), XXI.
[11] El Araucano, 1846 en: Andrés Bello, Miscelánea, vol. XV, Obras Completas de Don Andrés Bello. (Santiago, Chile.: Imprenta Cervantes, 1893), 361.
[12] Nicolás Palacios, Raza Chilena. Libro escrito por un chileno y para los chilenos., 2nd Edition. (1st Edition in 1904), vol. I (Santiago, Chile.: Editorial Chilena, 1918), 36–37.
[13] Íbidem, 260
[14] Se basa en la Sinopsis Estadística de 1897 para indicar que 1 de cada 107 chilenos estaba encarcelado, mientras que la proporción con los extranjeros era de 1 de cada 35.
[15] Según datos del INE y los respectivos censos, en 1982 habían 83,805 extranjeros en el país, alcanzando los 746,465 personas para el 2017 y aumentando a 1,482,390 para el 2022.
[16] Según Panel Ciudadano de la Universidad del Desarrollo publicado 06 de mayo 2024, un 90% de los chilenos relaciona la delincuencia con la llegada de inmigrantes. Un 92% está a favor de reducir el número de inmigrantes, y un 72% considera que los extranjeros son una carga para el país.
[17] Para 2019, unos 6,000 médicos extranjeros trabajaban en el sistema de salud público del país.
[18] Según LEAS de la Universidad Adolfo Ibáñez publicado en abril 2024, las mujeres inmigrantes poseen 13,5 años de educación promedio frente a 12,7 años de las chilenas. Sin embargo, las primeras ganan entre un 15-19% menos que sus contrapartes nacionales trabajando entre 1,9 a 3,1 horas semanales más que las mujeres chilenas en todos los grupos etarios.
[19] Según entrevista a Silvia Eyzaguirre del CEP publicada el 19 de mayo 2024, los inmigrantes no están afectando la calidad de educación de los estudiantes nacionales. Sin embargo, las brechas están creciendo ya que los estudiantes inmigrantes se están concentrando en el sistema educacional público, están bajando sus resultados SIMCE y niveles de asistencia a clases, particularmente en los últimos cuatro años.
[20] Según catastro Nacional de Campamentos de Techo para Chile, entre 2020 a 2023 hubo un aumento de 39,5% de campamentos en el país (114 hogares app.) de los cuales un 34,7% corresponde a inmigrantes.
[21] Según la Policía de Investigaciones, entre 2021-2023, 154,696 personas se estima que ingresaron ilegalmente al país. De ellas, en el mismo periodo se ha expulsado administrativamente a 616 personas, lo que representa un 0,4% del total.