Roma: ¿Un imperio integrador o discriminador?

Publicado en 26 mayo, 2023

Desde el siglo XX hasta la actualidad, hablar de racismo y xenofobia se ha vuelto un tema polémico, el cual no queda exento de un juicio social por parte de la sociedad. Si viajamos en el tiempo, a la época del Imperio Romano, y utilizáramos dichos conceptos caeríamos en un anacronismo por los significados que han adquirido tales términos. En esta ocasión, dejaremos de lado el debate sobre la búsqueda de una palabra precisa que se pueda emplear en la época. Pretendemos dar una posible respuesta a si es que dentro del ideario romano, se generó una postura discriminatoria hacia el “Otro” -entendiéndose como al de afuera- mediante la iconografía y el proceso de “Romanización”, entre finales del siglo II d.C. e inicios del siglo III d.C. 

Bárbaros: La visión del romano

Al hablar de racismo y xenofobia, entendemos que hay un grupo que se impone a otro, por lo que consideramos pertinente iniciar con el lado “débil”. El término “bárbaro” durante la historia antigua y medieval, es un aspecto interesante de mencionar debido a que en Grecia y en el Medievo poseían concepciones negativas y/o peyorativas[1]. En Roma, si nos vamos a la terminología de la palabra “barbarus”, nos podemos referir sin mayores complicaciones a lo que en la actualidad llamamos como “extranjero”. La distinción entre civilizado y bárbaro la podemos encontrar en distintos períodos históricos, pero en Roma no se encuentra dicho conflicto durante la república y los primeros tres siglos del Imperio[2]. Dentro de aquel concepto polisémico, se pueden encontrar varias características, tales como la lengua, la cultura, la territorialidad, el color de piel, entre otros.

En esta columna, nos enfocaremos en uno de los principales focos que generan el racismo como es la tonalidad de la piel. En la antigüedad no era un tema de conversación o que generara una diferencia a gran escala entre los romanos. La distinción en los colores de la piel poseía un carácter identificativo de los bárbaros, vale decir, mediante esta característica, los romanos podían identificar diferencias sociales y culturales. También, se debe dar cuenta que se puede encontrar una visión, en cierto punto, alejada a la realidad respecto a cómo lucían estas personas, debido a que los bárbaros solían encontrarse en las periferias del Imperio. Las representaciones iconográficas eran comúnmente realizadas con mármoles coloreados para representar la imagen de los bárbaros que vivían en las fronteras, mientras que, con los romanos, se utilizaban mármoles blancos -puesto que la sociedad romana se componía principalmente con una población de tez blanca, pero teniendo, de igual modo, distintas tonalidades dentro del Imperio-. Con esto, no podemos olvidarnos de la importancia del lenguaje simbólico que nos puedan dar los materiales y la policromía de la imagen en cuestión[3].

Para entender de mejor manera esta distinción en los tonos de la piel de los bárbaros en Roma, haremos uso de dos obras de arte de personas provenientes de África -esto por los rasgos físicos que poseen- que proporcionarán una cercanía a la realidad y a la visión del romano de la época. En estas expresiones artísticas no se evidencia una intención negativa.

La primera obra corresponde a un retrato en mármol de un etíope -entendiéndose como originarios de la zona de Nubia y Egipto[4]– que se puede identificar como Memnón (160-170 d.C.)[5], pupilo de Herodes Ático[6]. En la obra se observan características que podrían corresponder a personas de África, como el grosor de los labios y el pelo rizado. La obra presenta también un rasgo llamativo como es que se le atribuya a una escultura de un etíope un nombre, siendo esto poco común para una obra que representa a un hombre africano. Además de que la creación de ésta fuese realizada como si se tratase de un propio romano.

Memnón, hijo adoptivo de Herodes Ático.

Como segundo ejemplo, tenemos una pintura realizada en madera llamada “Tondo Severiano”[7], que muestra al emperador Septimio Severo con su familia. Se destaca a la máxima autoridad romana, quien fuese el primer emperador de origen africano. Por tal razón, se le representa con un color de piel moreno, aunque con rasgos mediterráneos.

Tondo Severiano

Lo interesante de estas imágenes es que, en primera instancia, se representa a dos personas de origen africano, utilizando distintivos de sus propios lugares de origen -tono de piel en el caso de Septimio Severo y los labios gruesos junto al pelo rizado por parte de Memnón-. Esta representación considera características diferentes y se observa el mismo cuidado que se le daba a la representación de los mismos romanos, demostrando así una mirada alejada de cualquier indicio de racismo o xenofobia que se podría llegar a tener en la época. El caso del emperador llama la atención, porque siendo proveniente de África logró obtener el más alto cargo de la época, pero no estuvo alejado de complicaciones en su experiencia como máxima autoridad del Imperio. De hecho, tuvo problemas con su primera esposa -Pacca Marciana- porque ella provenía, al igual que él, de Leptis Magna[8], por lo que recibió el rechazo de la clase alta de la ciudad por su mal manejo del latín y por el fuerte acento africano que tenía. Además, Septimio Severo dotó a su lugar de origen de templos, foros, monumentos y otros elementos para demostrar una romanidad cultural y étnica[9].

Romanitas y Romanización

En cualquier análisis respecto a la historia del Imperio romano surge la interrogante respecto a qué significa ser romano. Por cierto, podemos decir que alguien es romano por haber nacido en Roma o dentro de los límites del Imperio, pero, en este caso, hay que considerar más factores como la forma de vestir y hablar, o la religión que se profesa, entre otras cosas. Para desarrollar esta idea haremos uso del dicho popular “más que una pasión, un sentimiento”. En este caso sería algo como “más que una pasión, un estilo de vida”. Con esto, podemos hacer uso del concepto romanitas, término que expresa el sentimiento de ser partícipe a una cultura propia, el adoptar una disciplina de vida, siendo esto entendido por los propios romanos, como por los que querían aceptar lo que es ser romano[10].

Si hablamos de romanitas, es imposible no mencionar la romanización, siendo un concepto amplio con distintas concepciones según la posturas y las investigaciones que se prefieran utilizar. Por ejemplo, existe la mirada clásica de la “Roma Civilizadora” que entregaría su cultura y humanitas a los bárbaros de forma pacífica; también hay posturas contrarias que indican que se realizó mediante la fuerza; y otras que sugieren que dependía de los nativos qué aceptar y qué no, proceso conocido como autorromanización. De todas formas, esto es tema de discusión que escapa a nuestro análisis, por lo que solo usaremos las dos posturas más populares y utilizadas en la historiografía: la Roma Civilizadora y la Autorromanización. La idea de romanización posee además una amplitud de tiempo bastante considerable, puesto que lo podemos remontar incluso a tiempos de Rómulo. En palabras de Tácito, los enemigos de Roma pasarían a ser en un mismo día, ciudadanos romanos, e incluso serían gobernados por aquellos extranjeros que se integraban a Roma -como el rey Numa Pompilio, de origen sabino-[11]. Luego de 1000 años, la romanización se transformaría y cambiaría su desarrollo; sin embargo, mantendría la base que se da a conocer desde los inicios de la Urbe. Durante el período del emperador Caracalla -hijo de Septimio Severo- y su Constitutio Antoniniana de civitate se concederá la ciudadanía romana a todos los bárbaros considerados como hombres libres que se encontraban dentro del Imperio. Esto sería una estrategia social para recuperar la confianza de sus súbditos, una económica para aumentar la cantidad de ingresos por impuestos, y también una imitación a Alejandro Magno[12].

Reflexiones finales

Discutir las concepciones de racismo y xenofobia dentro del Imperio romano, o incluso dentro de Roma en su totalidad, sería entrar a una discusión semántica y controversial. Por tal motivo, resulta importante entender que en Roma, si bien habían claras distinciones físicas entre el bárbaro y el romano, no había una mirada o intención racista a la hora de incorporar al “Otro” dentro de la civilización. No por nada la romanitas junto a la romanización, se dieron de manera tan fuerte, y que siglos más tarde, los mismos bárbaros, que pasaron a obtener la ciudadanía romana y el derecho de poder enlistarse al ejército, terminarían destruyendo al mismo Imperio -entre muchos otros factores-. De igual forma, tampoco podemos negar que se daban tratos algo más discriminatorios o violentos a la hora de la incorporación de las nuevas provincias[13], pero eso es una característica innata del mismo ser humano que se ha visto presente desde los inicios de la historia, hasta la actualidad misma. Tal vez no de la misma manera, pero sí a la hora de llegar al punto de encuentro, choque y conflicto con el “Otro”.


[1] El concepto en griego significa “persona que balbucea” teniendo una base lingüística más que étnica y usándose para hacer mención del otro como un salvaje a comparación de la civilización propia. Mientras que en la Edad Media se utilizaba para referirse a quienes eran paganos o no hablaban latín.

[2] Amés, Cecilia. “La construcción del bárbaro en la obra de Julio César”. Auster, nº8-9, 2004, p. 111.

[3] Rodà, Isabel. “El color de piel en Roma”. Simón, Marco. Polo, Pina. Rodríguez, Remesal (eds.). Xenofobia y racismo en el mundo antiguo. Edicions de la Universitat de Barcelona, 2019, pp. 170-171.

[4] Ibíd., p. 172.

[5] Anónimo. Memnón, hijo adoptivo de Herodes Ático. Museos Estatales de Berlín, Inv.SK. 1503.

[6] Político y millonario heleno que ejerció varios roles públicos en el Imperio como el de senador y posteriormente como gobernador de Grecia y Asía.

[7] Anónimo. Tondo Severiano. Antikensammlung Berlín, Inv.31329.

[8] Ciudad cercana a Trípoli, capital de Libia, África.

[9] Andrades Rivas, Eduardo. “La ciudadanía romana bajo los Severos”. Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, vol. XXXI, 2009, pp. 87-123.

[10] Bancalari Molina, Alejandro. Orbe Romano e Imperio Global. La Romanización desde Augusto a Caracalla. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2007, p. 57.

[11] Tácito. “Annales”. Libro XI, canto 24.

[12] Bancalari Molina, Alejandro. Orbe Romano e Imperio Global, pp.121-122.

[13] Ibíd., pp. 74-77.

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