Si en algún punto de Europa existe el riesgo de que estalle un conflicto armado entre varios estados, ese es en las fronteras orientales de Ucrania. En los últimos días, la tensión entre Ucrania y Rusia ha generado una febril actividad diplomática entre el Secretario de Estado Blinken y su par ruso Sergei Lavrov por las denuncias del gobierno ucraniano de que Rusia prepara una ofensiva militar. El dato básico es preocupante: fuentes occidentales hablan de la concentración de 114.000 soldados rusos en la frontera de Ucrania.
El conflicto no es nuevo, data al menos desde fines del 2013, incluso puede remontarse al 2005 pero tiene que ver con una historia larga. Desde una mirada geopolítica, Ucrania es un país importante por su posición, sus fronteras, su tamaño y sus recursos, pero es también un país con poca homogeneidad cultural. En el centro y en sus zonas occidentales la mayor parte de la población habla ucraniano y son mayoritariamente parte de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana o católicos (una herencia de la influencia polaca en esas zonas, cuyas fronteras cambiaron varias veces como consecuencias de guerras en el siglo XX). Las zonas orientales (Lugansk, Donetzk y Kharkov) en cambio son mayoritariamente de habla rusa y sus habitantes se identifican con la iglesia ortodoxa rusa. Son también zonas que concentran producción industrial y una parte importante del PBI de Ucrania proviene de allí.
La disolución de la URSS generó para la élite rusa un trauma. En algunos puntos, las fronteras de la ex-URSS retrocedieron 500 km., pero posiblemente, por razones histórico-culturales, la pérdida más sensible fue Ucrania. La disolución de la URSS y la independencia de Ucrania trajo algunas tensiones que se pudieron resolver: el destino de la flota rusa del Mar Negro, el status de la importante Base Naval de Sebastopol en Crimea, que quedó en Ucrania y el destino del arsenal nuclear ruso. Las tensiones comenzaron hacia el 2004-2005 cuando en el área que los rusos denominan el extranjero cercano (repúblicas exsoviéticas), se produjeron las llamadas revoluciones de colores (Ucrania y Georgia, entre otros), es decir movimientos democratizantes, pro-occidentales que buscaron un mayor cercanía a la Unión Europea (UE) y la OTAN. Allí se encendieron las alarmas en Moscú, porque desde la época de las transiciones a la democracia en Europa del Este, la OTAN se expandió en un área que fue, desde 1945, un glacis de seguridad para la URSS. Entre 1999 y 2004, todos los países que alguna vez fueron parte del pacto de Varsovia y también los Estados Bálticos, se incorporaron a la OTAN. En este proceso coincidían intereses de la OTAN con los intereses de países que históricamente vieron en Rusia (o la URSS) más una amenaza que un aliado.
La crisis de Ucrania hizo eclosión en el invierno del 2013-2014 cuando el Gobierno ucraniano, que negociaba un tratado comercial con la UE, ante la presión rusa, decidió suscribir un acuerdo con Rusia en vez de con la UE. Esto desató una violenta protesta cuyo símbolo fue la resistencia en la plaza Maidán en Kiev (El Euromaidán). Entre Enero y Febrero del 2014, el Gobierno dimitió y el Primer Ministro Yanukovich debió huir a Rusia. La respuesta de Putin fue rápida. Denunció un golpe de Estado en Ucrania y promovió el separatismo de Crimea y las protestas pro-rusas en las regiones fronterizas. Con apoyo militar ruso se instaló un Gobierno Autónomo en Crimea y, aprovechando la mayoría rusa allí residente, promovió un plebiscito de anexión (Marzo) y en Mayo Crimea fue oficialmente anexionada a Rusia, contraviniendo principios básicos del derecho internacional como la intangibilidad de la fronteras y la soberanía de los Estados. En Abril, se autoproclamaron como independientes las regiones (Oblast) de las Repúblicas Populares del Donestk y Lugansk, y se iniciaron los enfrentamientos entre el Ejército Ucraniano, junto a grupos paramilitares ucranianos de un lado y paramilitares rusos étnicos, con apoyo del Ejército Ruso del otro. En el mes Julio, en Minsk (Bielorusia) se iniciaron negociaciones entre todas las partes involucradas para poner fin a la violencia que culminaron con un Acuerdo en Septiembre, pero, a poco andar, ambas partes se han acusado mutuamente de romper ese acuerdo. Los rusos étnicos en Ucrania acusan al gobierno de Kiev de persecución a través de organizaciones ultranacionalistas y la violencia ha continuado de manera intermitente. A diferencia de Crimea, Rusia nunca ha reconocido la independencia de las otras autoproclamadas repúblicas secesionistas, pero ha repartido cientos de miles de pasaportes rusos entre sus habitantes.
En la actual situación de crisis, tanto el Secretario de Estado Blinken como el Secretario General de la OTAN Jens Stoltemberg han advertido al Gobierno Ruso sobre las consecuencias de una aventura militar en Ucrania. El Gobierno de Ucrania demanda mayor seguridad sobre su integridad territorial a la UE y a la OTAN, pero no es parte de ninguna de ellas, lo cual obviamente limita sus posibilidades de intervención. Los rusos por su parte acusan a la OTAN de pretender usar a Ucrania para el despliegue de sus sistemas de defensa que ya están instalados en Polonia y los Estados Bálticos. Putin, que ha hablado reiteradamente de la existencia de “líneas rojas” para la seguridad de Rusia, ha dicho que la instalación de sistemas de la OTAN en Ucrania pondría a Moscú a 7 minutos de un ataque. Los rusos acusan a Estados Unidos de querer incendiar Europa para debilitar tanto a la UE como a Rusia, para así concentrarse con mayor facilidad en su conflicto con China. Para poner un poco mas de combustible a esta crisis, Lukashenko, el dictador de Bielorusia, ha expresado su apoyo a Rusia en caso de un conflicto militar, pero no solo eso, Lukashenko es también responsable de otra crisis al lanzar miles de refugiados provenientes del Medio Oriente contra las fronteras de Polonia y Lituania, como represalia a su vez por las sanciones de la UE por la represión a los disidentes en ese país. Pero, como lo señaló el Primer Ministro polaco Tadeuz Morawiecky, si el responsable directo es Lukashenko, el sponsor de esta operación es Vladimir Putin.
Esta crisis además llega a la UE en un momento de fragilidad relativa y pone una vez sus debilidades como actor en el sistema internacional. Aunque con la llegada de la administración Biden a la Casa Blanca el compromiso de USA con la OTAN se ha fortalecido, Europa vive un recambio de liderazgos (Angela Merkel ya no está), una cuarta ola de COVID en algunos países del norte de Europa, debates internos respecto de cómo resolver un problema en el que todos parecen estar de acuerdo en teoría, pero no en las medidas prácticas: cómo resolver su histórica debilidad para enfrentar por si misma crisis de seguridad por la ausencia de un aparato militar independiente de la OTAN y de conflictos entre algunos “díscolos” como Polonia y Hungría que ponen en tensión la condición democrática de sus sistemas políticos y en el caso de Hungría con un problema mayor: la cercanía del autoritario Viktor Orban con Vladimir Putin, quien tampoco pierde oportunidad para introducir cuñas entre los países de la Unión Europea o en sus procesos electorales. Por otra parte, aunque Putin puede ser un vecino incómodo, el gas ruso es muy importante para algunas economías de la UE, particularmente para Alemania, pero también para Ucrania.
Es posible que la sangre no llegue al río y que tanto Rusia como Estados Unidos apliquen los frenos antes de la colisión, pero en Ucrania se cuentan ya más de 14.000 muertos desde el inicio del conflicto en 2014.